Los asesinos de la luna de miel tiene todos los ingredientes para ser considerada una película de culto. Es el único trabajo como director de cine de Leonard Kastle, un compositor de ópera que aquí cambió de tercio y que posteriormente se desentendió del cine. La comenzó a dirigir un joven Martin Scorsese, para finalmente caer en manos de Kastle (autor también del guión). El resultado fue una obra de bajo presupuesto con escasez de medios, al margen de algunos de los patrones del cine convencional, con un elevado grado de impacto en lo que cuenta. Esta inquietante historia real está basada en noticias de prensa e informes judiciales sobre los actos llevados a cabo por Martha beck y Raymond Fernandez (un ladronzuelo de poca monta que en la cárcel tuvo como compañero de celda a un haitiano que le introdujo en el vudú, provocando que el futuro psicópata creyese que tenía un poder mágico que le hacía irresistible a las mujeres); y fue destinada en su estreno en Estados Unidos a los lugares marginales habituales del «exploitation»; mientras que en Europa fue conocida por los elogios que recibió por parte de Truffaut y Antonioni, dos de los más prestigiosos e influyentes directores de cine del viejo continente de aquella época, que ayudaron a divulgarla. En otros países tuvo menos suerte y su estreno se prohibió de manera tajante. La película dio lugar a dos remakes, aunque Profundo carmesí de Arturo Ripstein no deba considerarse realmente como tal, pues cambia de ubicación geográfica, aporta el enfoque tan característico del director mejicano y su coctel de sordidez, humor negro y el irreverente bisoñé de su protagonista le imprimen una personalidad propia, desmarcándose del original. Corazones solitarios, el remake propiamente dicho dirigido por Todd Robinson, se centra en la investigación policial antes que en la detallada presentación de los espeluznantes actos de la criminal pareja de amantes que caracteriza al original.
La pareja de psicópatas está interpretada con solvencia por Sirley Stoler y Tony Lo Bianco en la actuación de su vida (nunca volvieron a tener tanta trascendencia en una historia como aquí) quienes siempre acaban mostrando el lado oscuro del ser humano en unos crímenes que van aumentando paulatinamente en crueldad y brutalidad. No obstante, la parte más interesante de la historia se halla en el incomprensible y absurdo enamoramiento, apasionado y obsesivo por parte de la enfermera hacia Ray, un crápula interesado que a simple vista no parece merecer la más mínima atención, pero que a los ojos de la chica es un autentico héroe por sacarla de esa vida vacía y alienada que llevaba hasta antes de conocerlo. A pesar de ser unos seres despreciables, gracias al voluntario tono cómico de esa sangrienta relación y a la cursilería de las víctimas, la pareja protagonista crea cierta empatía, provocando en el espectador una oscura sensación que le hace replantearse plenamente su estatus como persona de bien.
La cinta está filmada, con un marcado estilo documental, en blanco y negro granulado, desprovisto de luces artificiales. Su fotografía y sonido está atorada de algunos errores técnicos y de montaje bastante graves. Pese a ello, el relato sale airoso gracias al hiperrealismo y la crueldad de lo que se nos muestra en pantalla, o lo que se intuye en unos acertados fueras de campo. La historia está contada de una manera fría, seca y directa, en una sugerente mezcla de serie B y Cinema verité, aunque su premisa nos remite inevitablemente al cine clásico de Charles Chaplin y su Monsier Verdoux, en la cual un seductor con doble identidad se dedicaba a casarse con viudas ricas a las que posteriormente asesinaba para quedarse con su fortuna; aunque en la cinta de Chaplin el psicópata se trabajaba a sus víctimas en solitario. Años después, la francesa El trío infernal, protagonizada por Michel Piccoli, tocaba temas parecidos con un tratamiento diferente: un abogado y dos hermanas se aprovechaban de personas adineradas a quienes asesinaban para quedarse con todos sus bienes.
Para este tipo de cine tan impregnado de realismo el acompañamiento musical se antoja innecesario, y en este caso en particular chirría en algunos momentos remarcando notoriamente las situaciones de mayor tensión. La cinta peca en exceso de centrarse de manera episódica en los crímenes, con una gran sensación de reiteración. Se limita a narrarnos los acontecimientos sin apenas darnos señales que nos ayuden a conocer algo más de estos siniestros personajes, olvidándose de mostrar en pantalla pistas sobre si hubo alguna investigación policial en ciernes ante la desaparición de tan elevada cantidad de mujeres. Tampoco tiene demasiado sentido, y más teniendo en cuenta que prescinde anteriormente de la citada información sobre su pasado, el recurso innecesario y bastante chapucero que hace del flashback para enseñarnos los traumas de la obesa a modo de explicación de sus actos con claros aires de psicología de bolsillo. Pese a estos aspectos negativos que la convierten en una película con algunas taras técnicas y conceptuales, el único filme de Kastle sigue manteniendo un brío especial tras más de cuarenta años desde su estreno (fue rodada en 1969) y deja una escena muy macabra cargada de tensión para los anales de la historia del cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario