Leos Carax es uno de los cineastas más controvertidos y poco prolíficos del panorama cinematográfico en las tres últimas décadas (ha completado sólo cinco largometrajes en veintiocho años). Escribió su primer film en el año 1982 a la precoz edad de veintitrés años. La exuberancia visual de sus dos primeros trabajos, Boy meets girl y Mala sangre desapareció por completo en la que sería su obra más lograda: Los amantes del Pont-Neuf, filme que posee uno de los arranques más brutales y sucios de la historia del cine (con ese centro de indigentes que hace tanto daño a la vista y al corazón), pero que también contiene una bella y extraña poesía, logrando una de las historias de amor más originales y transgresoras que se recuerdan. Pese a que el director galo siempre había coqueteado con el cine experimental y el surrealismo, su obra se movía dentro de una estructura más o menos convencional, salvo en la tan caótica como hipnótica Pola X (el único trabajo de Carax donde no aparece en el reparto Denis Lavant, su alter ego en pantalla), la última incursión en el largometraje de Carax en los últimos trece años hasta la presente Holy Motors, la más experimental y marciana de todas sus películas.
El arranque del esperado último trabajo de Carax nos deja bien claro ante qué tipo de experiencia nos enfrentamos. Un hombre se levanta de su cama y, acompañado por su perro, camina hacia la puerta y gira la cerradura de una puerta oculta en una pared de su dormitorio, que está empapelada como si fuera un denso bosque (según el propio director francés en referencia a las primeras líneas de El infierno de Dante). Al final del pasillo hay una sala de cine repleta de gente con la mirada perdida, cuya atmósfera no difiere demasiado de la de un velatorio. Vemos a otro hombre saliendo de una mansión de lujo y entrando en una limusina. Una vez dentro del vehículo, y a partir de unos breves apuntes escritos en cuadernos, se maquilla (usando la parte posterior del coche como si fuese un vestuario teatral) y sale a las calles de París interpretando todo tipo de personajes.
El protagonista (quien, como no podía ser de otra forma, se llama Óscar) tiene una identidad completamente distinta en cada una de estas encarnaciones. Por el camino se topará con todo tipo de situaciones, presentándonos un conjunto de escenas que nos ofrecen el París más demente que se recuerde. Holy Motors nos cuenta un día en la vida de un ser con múltiples caras: un ejecutivo, un asesino a sueldo contratado para matar a su doppelgänger (el doble fantasmagórico de una persona), una anciana indigente, una especie de Troll que se alimenta de flores y cigarrillos y vive en las alcantarillas, un padre de familia que recoge a su hija de una fiesta, un hombre que se reúne con un antiguo amor en una tienda abandonada. El personaje interpretado por Denis Lavant se mete en la piel de todos éstos como si estuviese dentro de una película. Sin embargo las cámaras, los cables, y el equipo de producción brillan por su ausencia. Carax coloca en una auténtica encrucijada emocional y física al actor, bailarín y transformista francés Denis Lavant Lavant, nuestro Lon Chaney particular, que utiliza todas sus virtudes en un auténtico recital interpretativo, aprovechándose de su impresionante forma física y su camaleónica cara, llegando a disfrazarse hasta de 12 personas diferentes a lo largo de toda la narración. Sin su presencia seguramente no se podría haber concebido una obra de este carácter.
Holy Motors provoca tantos odios como pasiones entre la audiencia por la extrañeza de su planteamiento. El director francés nos habla de aspectos propios del ser humano, del arte, de la vida, y de la muerte, transitando por unos lugares y unas atmósferas poco comunes en el séptimo arte, acostumbrado a la casi ausente dosis de innovación y riesgo en los planteamientos. Ésa es, con toda seguridad, su mayor virtud. Carax Reflexiona, en una obra abierta a múltiples lecturas (rompiendo las barreras entre lo real y lo ficticio), sobre el poder de la narración y los narradores desde diferentes puntos de vista, a través de unos hechos que dan la sensación de ser proyecciones internas aleatorias de la abstracta y psicotrópica imaginación de un director de cine. También podría hablarnos de la locura, de la paranoia o de vete a saber qué, pero tiene la virtud o el defecto (dependiendo de los ojos del espectador que se enfrente a ella) de que nada de ello tenga demasiada trascendencia. Lo que realmente importa es la hondura y la poesía de sus bellas y sugestivas imágenes.
El director galo utiliza al propio cine como una metáfora de la vida, rindiendo homenaje a diferentes géneros cinematográficos, imitándolos en un principio, para acabar reinventándolos con su transgresora visión, usando nuevos recursos para expresar y hacer sentir emociones, experiencias, y sentimientos. También se ríe de los clichés del propio cine en algunos momentos a pesar de dotar al filme de multitud de referencias y homenajes que con un solo visionado se escapan: Edith Scob, hija del científico loco en el clásico de Georges Franju (Los Ojos sin rostro) tiene un papel destacado (las máscaras de ese film de culto francés también tienen su pequeño homenaje). Jacques Demy (la secuencia musical final). Hay un guiño humorístico a Beau travail de Claire Denis (película en la que precisamente actuaba Lavant. Y un poco del Jean Cocteau de La Bella y la Bestia (a la que nos remite ligeramente el Sr. Merde).
La cinta cuenta con algunos capítulos visualmente fascinantes como el de la realidad virtual y el entreacto musical a plano secuencia al son de los acordeones, así como otros con una estética incomoda y deliberadamente feista como el de la bestia de las alcantarillas incluido en su anterior cortometraje en Tokyo! (película episódica compartida con Gondry y Joon-ho que supuso su única incursión en el cine desde Pola x hasta la presente Holy Motors), destrozando una sesión fotográfica y el vestido de Eva Mendes, para posteriormente reconstruirlo en su cueva como si fuese un gran sastre. El corto de Merde en Tokyo!, siendo también muy divertido, se hacia un poco repetitivo en su segunda mitad por la reiteración en la traducción del idioma de ese troll tan simpático. El mejor Merde, sin duda, está en la cinta que nos ocupa y en la primera mitad de la citada historia de Tokyo!. El segmento del Troll, además de ser el más largo, es el más divertido de Holy Motors junto al del estudio de captura de movimiento, donde Óscar se viste con uno de esos trajes recubiertos de bolitas, y comienza a realizar todo tipo de movimientos que son grabados para ser usado en alguna secuencia CGI. La escena homenajea al mundo circense (terreno en el que se mueve como pez en el agua el gran Denis Lavant, como ha demostrado siempre en sus trabajos con Carax) y al ballet; y tiene un elevado contenido cómico/sexual que recuerda mucho a la escena de la playa en Los amantes del Pont-Neuf.
La película muestra sus atractivas cartas demasiado pronto, y lo que en principio resultaba tan fascinante acaba sorprendiendo menos en su parte final (su metraje se antoja excesivo para tratarse de una obra de este calado). Las últimas historias dejan cierta sensación de frialdad (aunque no es desdeñable que en posteriores visionados esa primera impresión desaparezca) y empañan ligeramente el conjunto de la obra (con mención especial negativa para ese absurdo epílogo al estilo Pixar). Pese a no llegar a la excelencia de Los Amantes del Pont-Neuf, es una obra muy atractiva que merece la pena ver por su atrevimiento e irreverencia.
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