Permítanme empezar la casa por el tejado. Puede parecer extraño hablar de Chris Rock en un texto sobre Rohmer, tan extraño como la idea de que el actor americano realizara un remake de L’ amour, l’ après-midi llamado I think i love my wife. Sin embargo se antoja necesario porque este remake es la prueba viviente de lo difícil que es ejecutar una obra del calado del film de Rohmer. Lo que Rock demuestra es que entiende muy superficialmente el conflicto, la esencia de lo que se nos quiere contar en el film francés, limitándose a trasladar de forma rutinaria (y con unos chascarrillos humorísticos de vergüenza ajena) una escena tras otra a otro contexto, otro tiempo, pero sin alma, sin ir a la raiz del conflicto. Porque si algo es cierto en L’ amour, l’ aprés-midi es que la sensualidad, el deseo, la insatisfacción, las fantasías masculinas no dejan de sobrevolar el imaginario del protagonista, pero que, lejos de ser reduccionistas, se trasladan en un torrente de pensamiento que adquiere dimensiones universales. Precisamente este marco de generalización global del discurso mental masculino se constituye en la, por un lado, herramienta fundamental de empatía hacía el protagonista y por otro en un Mcguffin a la totalidad del film.
Si bien es cierto que los debates encendidos sobre el conservadurismo o no del mensaje han sido y son encendidos (el posicionamiento del que les escribe al respecto se inclina por considerarlo como más bien una visión romantica sobre las relaciones con el sexo femenino) no dejan de ser el resultado del engaño masivo al que Rohmer sometió a su audiencia. Porque como comentábamos este no es un film sobre la fidelidad, sobre el sexo o ni tan siquiera el amor. Este es un film que trata fundamentalmente sobre las contradicciones, sobre la lucha de opuestos que gobiernan nuestras vidas.
El conflicto entre la esposa oficial y la amante, la vida familiar y la aventura extramatrimonial, son solo dos aspectos que actúan de marco contextual ya que todo lo narrado nos habla de la dificultad de tirar adelante, de tomar verdaderas decisiones ante los continuos desvíos que se plantean entre la realidad física y la proyección mental de su protagonista. Observamos como éste afirma gustarle la ciudad, los jerseys de cuello alto, la soledad de comer y pasear fuera de horario, las mujeres en general y sin embargo su vida se construye en lo opuesto. En la rutina, en una vivienda en las afueras, en una relación monógama y rutinaria, en las continuas interrupciones que sufre en su horario de comida y hasta, por anécdotico que parezca, la obligación de comprarse una camisa que le disgusta.
Ya desde el mismo título del film L’ amour, l’ après-midi (en la traducción española se pierde todo el sentido) se nos indica dicha contradicción. La coma de después de L’amour es una barrera que imposibilita la acción posterior. Es una coma que ya anticipa de alguna manera el final de la historia, que nos habla de la imposibilidad de combinar o de ensamblar las dos realidades que cohabitan en el protagonista. Se trata de alguna manera de una lucha entre una concepción adulta (no exenta de aburrimiento) de la vida y su contrapunto infantil y por tanto excitante. No deja de ser irónico que hasta en las fantasías del protagonista no consiga obtener el favor sexual de todas las mujeres que desea (constituyendo además un juego metahumorístico de Rohmer al poner en danza todas las mujeres inalcanzables de sus cuentos morales) y que sea precisamente una imagen de sí mismo realizando un juego infantil el que sea el disparador de la asunción de la vida adulta.
Este colofón de los cuentos morales resulta posiblemente una de las mejores películas de Rohmer (difícil escoger una como la mejor) esencialmente por su capacidad de ocultación, bajo una apariencia de simpleza, de una complejidad estructural y temática. Un recopilatorio de obsesiones rohmerianas (casi un falso biopic) con el añadido de juntar clausura de un ciclo temático con el final cerrado de la propia película; algo no habitual en el director francés pero que funciona perfectamente como broche, como punto y seguido hacia su obra posterior.
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