A veces da la sensación de que el universo de los superhéroes, sea en su versión “marvelita” o en el intento WarnerDC de crear algo parecido, es algo recién inventado. Como si jamás antes hubieran existido en pantalla grande. Eso o directamente se nos presentan como productos aislados, fogonazos que fracasaron en su intento de constituirse casi en subgénero propio. Sin embargo nada de esto es realmente nuevo: los superhéroes, como revisión de los antiguos dioses clásicos, o como nuevos iconos de la cultura popular siempre han suscitado interés en la industria cinematográfica ya sea en su condición más mainstream como el Superman de Richard Donner, o los productos televisivos como el piloto The Amazing Spider-man de 1977. Dado el éxito cosechado por estos productos no es de extrañar que alguien como Juan Piquer Simón, siempre ojo avizor, a los éxitos de género planteara un producto claramente deudor del de Donner. Está claro que el superhéroe “simoniano”, tanto en look, como en génesis, como incluso en su contexto americano no hubiera podido existir sin el éxito de su sosias kryptoniano. Sí, Supersonic Man no deja de ser algo muy parecido a una spoof movie, especialmente por sus risibles resultados, aunque sus planteamientos iniciales sugirieran la idea de una aventura seria.
Dado el origen espacial de nuestro héroe y su gama de superpoderes, el factor presupuesto se deja sentir, para mal, en esta producción. Efectivamente, Piquer tiene que tirar de cromas de escasa credibilidad y repetición de escenas (esencialmente los momentos de “vuelo” del protagonista). Sin embargo esta carencia repercute de otras maneras en el desarrollo de la película, y, como siempre, se nota el traslado entre la intencionalidad y el resultado.
Más allá de la temática superheroica, Simón da unos aires decididamente más terrenales al buscar una trama más relacionada con el mundo de los espías, con cierta estética “jamesbondiana”, que con el universo heroico propiamente dicho. De esta manera busca minimizar el impacto de lo visualmente cutre y dar empaque al producto a través de una historia sólida. Otra cosa es que el resultado lo refleje: no nos llevemos a engaño. Por más escenas nocturnas, páramos industriales, niebla, y otros maquillantes en la puesta en escena el conjunto acaba por parecer lo que realmente es: una serie z con pretensiones, aunque endeble en resultados.
Eso sí, como habitualmente en las producciones “piquersimonianas” se aprecian elementos que las elevan por encima de la media de lo que suele ser el cine trash. En el caso de Supersonic man hablamos esencialmente del sentido del ritmo y de la concreción temporal. Sí, nos hallamos ante una película que funciona y se sigue, a pesar de todo, con interés por su capacidad de moverse entre lo trepidante y lo absurdo. En el fondo no sabemos si sus elipsis y sus lagunas argumentales forman parte de lo planificado, lo necesario por estrechez de medios o directamente la manifestación de la ausencia de talento. Lo que sí está claro es que no importa, puesto que el resultado final, aunque sea en forma de comedia involuntaria, funciona.
Supersonic man es, sin duda, uno de los hitos en la filmografía de Juan Piquer Simón. Probablemente por su diseño bordeando lo kitsch, por la diversión que genera y porque, para que negarlo, tenía cierto mérito lanzarse a la piscina filmando un producto de este género yendo a contracorriente de la moda patria del cine de destape. Simón, en cierta manera manifestó, no tanto ser un avanzado a su tiempo (que también), sino ser algo que más que un mero ejecutor de proyectos, ser un director-espectador tratando de plasmar aquello que le podría ilusionar desde el otro lado de la pantalla. Alguien así, concernido por el espectador, vale mucho la pena, y su cine, con todos sus defectos también.
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