jueves, 19 de diciembre de 2013

La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu, 2005)


La caída del régimen de Ceaucescu provocó la renovación del cine en Rumanía, que hasta ese momento, como sucedía con buena parte del cine de la Europa del este, había sido utilizado como mera herramienta propagandística por parte del estado. Este cambio dio lugar a la aparición de varios cineastas que se cuestionan sobre lo sucedido en esa época y sus repercusiones en el presente, que han convertido a la cinematografía rumana en una de las más sugerentes del panorama europeo durante los últimos años. Cristi Puiu, con tan sólo tres largometrajes a sus espaldas, es uno de los autores más representativos del nuevo cine rumano. Su cine destaca por tener un marcado tono documental con el hiperrealismo por bandera. Su debut se produjo en 2001 con Stuff and Dough.  En 2005 rodó La muerte del Sr. Lazarescu, ganadora del premio Un Certain Regard en el festival de Cannes. Aurora, su tercer y último trabajo realizado en 2010, se acaba de estrenar recientemente en España y aunque tiene varias de las constantes del premiado filme de Puiu, se hace más cuesta arriba por la menor presencia del humor negro predominante en la odisea de Lazarescu.


Dante Remus Lazarescu es un solitario anciano de poco más de sesenta años, jubilado y viudo que vive en unas condiciones bastante precarias, en un apartamento sucio y desordenado, únicamente acompañado por tres gatos. Sólo tiene a una hija que vive en Canadá, con la que se comunica esporádicamente por teléfono, y una hermana que transfiere mensualmente su pensión. Su vida social se reduce al contacto casual con sus vecinos, que no lo ven con muy buenos ojos debido a su alcoholismo y el olor que desprenden sus mascotas. Una noche, después de dos días de jaqueca y vómitos decide pedir ayuda a sus vecinos y al servicio de ambulancias. La suerte no acompaña a nuestro protagonista pues se siente indispuesto justo la noche del sábado en la que un accidente de tráfico ha repartido gran cantidad de heridos en todos los hospitales de la ciudad y ninguno quiere internarlo. A la escasez de camas y quirófanos se une la desidia de su personal ante el drama del Sr Lazarescu y la desgracia colectiva. La enfermera de emergencias que lo atiende acompañará al anciano en un descenso a los infiernos de la burocracia sanitaria rumana (el nombre y apellido del personaje encajan perfectamente por sus alusiones a Dante en La Divina Comedia, así como a Lázaro, a quien Jesús resucita de entre los muertos en el Evangelio).


Pese a su elocuente título, la película mantiene la esperanza en el espectador de que el pobre anciano sea atendido correctamente en alguna de sus paradas de esta siniestra road-movie sanitaria. El deprimido anciano es víctima de una ciudad asolada por el desconcierto y la apatía; un lugar que no es un paraíso, pero que tampoco parece idóneo para morir dignamente. El personaje del anciano, un borrachín solitario que quiere valerse por sí mismo, puede caer antipático al principio por su personalidad malcarada y punkarra, aunque paulatinamente va creando un sentimiento de empatía en el espectador debido a las vicisitudes por las que le toca pasar. La proximidad de los acontecimientos, con situaciones que le pueden pasar a cualquiera, provocan que nos sintamos muy identificados con el anciano en su via crucis particular. Puiu nos muestra de un modo algo «kafkiano» una circunstancia cotidiana en la que un ser humano se ve superado por los obstáculos de una sociedad implacable, en una agria crítica a la ridícula burocracia institucional, que bien podría extrapolarse, en mayor o menor medida a cualquier rincón del mundo, y más en estos tiempos en los que la sanidad pública está perdiendo parte de lo conseguido en la cacareada sociedad del bienestar occidental. El director rumano señala también el caos hospitalario, la indolencia respecto al sufrimiento por parte de los miembros del personal médico, y muy especialmente, la falta de sensibilidad con la que éstos hablan de la condición del anciano (en cada hospital en el que le atienden sale a colación el tema de su olor a alcohol y a orines). No obstante, la crítica no se queda sólo ahí; Puiu no es nada condescendiente con la dejadez y el pasotismo de la víctima del sistema sanitario, y tampoco queda demasiado bien parado.


La obra de Puiu es una propuesta muy atractiva para pasar un mal rato con una sonrisa extraña en la boca. Hace gala de un acentuado tono documental y está narrada prácticamente en tiempo real. La narración se desarrolla a un ritmo lento, pero el director utiliza la cadencia justa para retratar el desesperante apremio de tiempo  que va en contra de la vida del anciano. Sería imposible plasmar una obra de este tipo sin el hiperrealismo desolador del que hace gala, sin apenas lugar para el sentimentalismo y la compasión (las escasas veces que se intuye son borrados contundentemente mediante la ironía y el humor negro). Un film que nos cuenta, con total ausencia de artificios, temas de los que tenemos constancia pero que nos incomoda profundamente hablar de ellos, mediante un estilo sucio y seco (está rodada con una cámara al hombro y con eternos planos secuencia), sin regodearse en la miseria, y con unas conversaciones creíbles e ingeniosas dotadas de un sentido del humor muy oscuro.


La muerte del Sr. Lazarescu está claramente influenciada por el neorrealismo italiano y el cine independiente americano que surgió a finales de los sesenta. Del cine actual es prima hermana de Import/Export, el desalentador filme del austriaco Ulrich Seidl, por la devastadora forma de mostrar a la sanidad pública acompañada de una elevada carga de humor negro, y por su distanciamiento con lo expuesto, colocándonos en posición de incómodo voyeur. Uno de los puntos más fuertes de la obra de Puiu es la naturalidad de los actores. Pese al mal rollo imperante, el director rumano no recurre a arquetipos malvados para presentar a unos empleados sanitarios desmotivados con su estatus. Unos seres muy próximos y creíbles filmados con un realismo que propicia que los personajes que aparecen en pantalla parezcan gente real. Destaca la actuación del desconocido Ion Fiscuteanu (muerto dos años después del estreno de la película), figurante que empezó hace casi más de veinte años, y que por fin tuvo el papel de su vida. Luminita Gheorghiu está imponente en el rol de enfermera; actriz vista en Código Desconocido y 4 meses, 3 semanas y 2 días (la otra gran sorpresa del cine rumano actual).


NOTA: 7,5/10



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