lunes, 28 de octubre de 2013

La isla /Seom (Kim Ki-duk, 2000)

Kim ki-duk es uno de los autores más originales y prolíficos que han surgido del cine coreano y del cine asiático en general en el presente siglo, con una filmografía que abarca títulos altamente recomendables como “Domicilio desconocido”, Hierro 3, Primavera, Verano, Otoño e Invierno…, Samaritan girl, y la cinta que nos ocupa, Seom (La isla), su quinta película que le dio a conocer en occidente por su elevado grado de impacto (se comenta que durante su proyección en el Festival de Venecia hubo varios desmayos, y que también causó estupor en el festival de Sundance). A pesar de que recientemente levantó el vuelo con Pietà, en los últimos años su trayectoria se había estancado, repitiendo esquemas hasta la extenuación, pero hasta en sus obras menos inspiradas (su segunda película, Wild animals, o las más recientes Dream o Amén) hay un poso de buen hacer cinematográfico, con una visión muy particular y sugerente; en la cual la inverosimilitud habitual de su artefacto narrativo no influye en el desconcertante vínculo, entre fascinación y rechazo, que se establece con el espectador. Su interés por mostrar personajes marginales y traumatizados acometiendo acciones que se escapan a la cordura, le convierten en un director algo inaccesible para el gran público, aunque a partir de la posterior ”Domicilio desconocido” (otra de sus películas más dolorosas y despiadadas) su lenguaje se fue suavizando, sustituyendo parte de la violencia explícita por mayores dosis de simbolismo, con un tono más accesible y con menor grado de perturbación.


En la isla a la cual hace referencia el título vive una solitaria y silenciosa mujer que regenta un negocio de alquiler de pequeñas casas flotantes para practicar la pesca, en el que los inquilinos también reciben la visita de prostitutas para saciar sus picores. La protagonista también hace sus pinitos de noche como prostituta a tiempo parcial al servicio de los primarios pescadores, carentes de cualquier atisbo de escrúpulos. La llegada de un fugitivo que se esconde de la policía, un individuo con intenciones suicidas, cambiará el estado de perpetua depresión y monotonía en el que se halla. Los dos personajes principales de Seom están dominados por sus temores y ofuscaciones, repletos de celos, de sufrimiento, de culpa, y de oscuridad, que solo parecen atenuar ligeramente con el sexo, presentado con una imagen poco idílica (en el primer encuentro sexual entre ambos, tras unos tocamientos románticos, el fugitivo se lanza brutalmente sobre la silenciosa dueña de las instalaciones y casi consuma una violación). Entre ambos nace un extraño vínculo de dependencia que les lleva a coquetear con el sado-masoquismo, que da la sensación de ser utilizado como una forma de mitigar el dolor sufrido por los personajes en el pasado,  como si fuese un doloroso previo peaje para alcanzar la redención y expiar sus culpas.


La belleza que propician las hipnóticas casas de colores flotantes sobre el azul del agua del lago y el gris auspiciado por la presencia abrumadora de una niebla muy espesa, dejan claras señas del pasado de Ki-duk como retratista en las calles de París antes de dedicarse al cine. El director coreano se hace valer formalmente de geométricas perspectivas a ras de suelo, a lo Ozu, pero con el añadido de estar constantemente flotando en el agua; un detalle que provoca una constante sensación de sugestión. La cinta cuenta con un aspecto visual poderoso, destacando el uso prodigioso del agua, del espacio, un lirismo muy estético de corte metafórico, y un excepcional tratamiento del sonido y los silencios. Por encima de todo destaca su atmósfera plenamente dominada por un escenario tan especial, pocas veces visto en pantalla; que unido a la enfermiza relación carnal y posesiva de nuestra silenciosa protagonista (próxima al cautiverio psicológico hacia su amado), remite levemente a La mujer de la arena de Iroshi Teshigahara, una de las películas con un entorno más absorbente y claustrofóbico que se haya visto en una pantalla, dotada de una excitante sensualidad , aunque el escenario de Seom posea un cariz más idílico que en el filme japonés. 


Algunas de las constantes analogías sobre el aislamiento y el dolor, como en buena parte de la filmografía de ki-duk, son demasiado obvias, pero no molestan excesivamente gracias a la potencia que desprenden sus evocadoras imágenes en la recreación de éstas. Toda esta belleza contrasta con elementos visuales transgresores e inusuales (hay un primer plano de una defecación con la perspectiva vista desde el agua) y ultra-violentos (las escenas con los anzuelos son de las que dejan huella). Su ritmo es deliberadamente pausado, sin apenas diálogos (sólo articulan palabra los pescadores y las prostitutas en unas conversaciones bastante banales y soeces). La isla es uno de los filmes del coreano que mejor utiliza su contradictoria dualidad, moviéndose catárticamente entre la belleza y la despiadada crueldad. También sorprende con guiños al cine fantástico y de terror (la protagonista se desplaza por el agua como si fuese una sirena siniestra y despechada, con muy malas intenciones), e incluso al gore con los auténticos protagonistas del filme junto al líquido elemento: los citados anzuelos.


A simple vista, el cine de Ki-duk  (y muy especialmente en la primera mitad de su filmografía con el tema recurrente de la prostitución) creó polémica entre los sectores más sensibles, acusado injustamente de ser misógino por la forma tortuosa, casi religiosa, de hacer sufrir a sus personajes femeninos, cuando precisamente quien suele salir peor parado es el género masculino, puesto en evidencia por utilizar a la mujer como un fetiche con el cual se desfoga en todos los sentidos. En ese aspecto se le podría comparar con el danés Lars Von Trier, otra gran castigador de mujeres en sus películas que pese a la inevitable etiqueta de misoginia que le acompaña también dota a las féminas con mayor sensibilidad frente al dominante y la mayoría de las veces violento género masculino. El coreano también recuerda a Michael Haneke por la obsesión de recurrir frecuentemente a mostrar el sufrimiento de los animales, usándolos como catalizadores de las miserias humanas, siguiendo los mismos tortuosos caminos que los humanos, y muy especialmente las mujeres. 



Un dolor animal cuya apoteosis llegó con Domicilio Desconocido, utilizando como escenario principal del filme un matadero de perros. A diferencia de la citada película, en Seom no aparece el tranquilizador cartelito de “En esta película no se infringió daño a un animal”. Resulta especialmente discutible el dolor real físico con el cual se castiga a los pobres animales, especialmente en la secuencia en la cual un pescador hace rebanadas de Sashimi de un pez recién capturado, para posteriormente ser devuelto mutilado y con vida al agua. Unas escenas que por muy análogas que sean con la situación de sus personajes, pierden parte de la esencia del mensaje crítico hacia el maltrato de animales por parte del ser humano, que posteriormente también indagaría de un modo más sutil y acertado en la más asequible y menos transgresora “Primavera, verano, otoño..."


Otro de los puntos fuertes del filme es la elección de Jung Suh para el papel protagonista. Una actriz que consigue transmitir con vehemencia todos sus estados de ánimo sin mencionar una sola palabra durante todo el metraje, si obviamos un chillido que emite en la parte final por culpa de experimentar con los anzuelos de marras. No es la primera vez en la filmografía del coreano que su protagonista permanece sin articular palabra. En Bad guy o Aliento los personajes principales tenían problemas reales con la voz; no obstante, aquí (como también sucede en Hierro 3 y El arco) se intuye que ese silencio es consecuencia de la desesperación y las circunstancias por las que les ha tocado pasar; como si enmudecieran a modo de renuncia por el estado depresivo en el que se encuentran por culpa de su vacío existencial. 


Uno de los escasos aspectos negativos del filme junto al maltrato de los peces es el horroroso uso de la música que tanto caracterizó a las primeras obras del director de Bin-jip (Hierro 3). No obstante, a partir de esta obra mejoró notablemente en ese sentido. Desconcierta sobremanera que esas imágenes tan hipnóticas no tengan el acompañamiento musical adecuado, e incluso que se empecine en usar música cuando sus capturas suelen hablar por sí solas, pero no se lo tengo demasiado en cuenta por ser tan atrevida y además poseer un valor sentimental tan elevado al ser la primera película coreana que tuve el placer de ver hace más de una década, intrigado por los elogios del siempre chillón Carlos Pumares, que aparecían en la carátula de su edición en DVD para España.

NOTA: 9/10                        

            

2 comentarios:

  1. muy buena reseña! me parecio algo incomodo la falta de musica.
    aun asi el filme enamora con toda esa crueldad tan bien utilizada, me gustaria conocer mas el trabajo del director saludos! ;3

    ResponderEliminar
  2. Me encantó la película, como se muestra el amor tan desgarrador, en constante dolor y tensión (tensión que se ve en el hilo de las cañas de pescar, según mi interpretación).

    Me encantaron los guiños que fue dejando, mi favorito que interpreté de manera personal:

    "El camino hacia el amor" reflejados en los anzuelos que son sacados cuidadosamente y dejados uno por uno sobre el piso... ¿notaste al final el corazón?, supongo que si... Es simplemente sublime, dando paso a los últimos minutos... es una catarsis que si pudiera describirla... hahaha... pero no puedo...

    Me encantó.

    ResponderEliminar