miércoles, 15 de octubre de 2014

Any way the wind blows (Tom Barman, 2003)

Tom Barman es el líder, fundador y vocalista de dEUS, el mítico grupo belga de rock alternativo creado en 1994. Una banda que tras dos grandes trabajos (Worst case scenario e In a bar, under the sea) caracterizados por la psicodelia y la experimentación,  con claras reminiscencias de Frank Zappa, King Crimson, Tom Waits y Morphine, ha cambiado con frecuencia de formación, mutando hacia un sonido más acústico y con menor riesgo y personalidad, aunque han seguido manteniendo parte de su encanto. Barman estudió dirección de cine en Bruselas y debutó en el medio en 1996 (bajo el pseudónimo de T. B. Ramonam) con el maravilloso Turnpike, un simpático cortometraje de apenas cinco minutos con uno de los mejores temas de dEUS, protagonizado por un pletórico  Sam Louwyck exprimiendo sus dotes de bailarín conceptual. Any way the wind blows supuso el debut en el largometraje del líder de la banda belga, y fue una de las cintas más influyentes de su país en los últimos años, propiciando la proliferación de obras con un tono mucho menos riguroso y trascendente que el de los hermanos Dardenne y su nutrido grupo de imitadores.


La película está ambientada en la flamenca ciudad de Amberes (localidad portuaria natal del director) durante apenas 24 horas de un caluroso día veraniego en la vida de doce personajes. Entre esta extensa galería destacan un investigador joven que roba un virus de un laboratorio de enfermedades tropicales con la intención de crear una obra de arte experimental. Dos jóvenes en constante disputa con la policía. Un individuo que trabaja como proyector en una sala de cine y es despedido por un percance con un rollo. Un matrimonio bilingüe que siempre está discutiendo, cuyo marido es un profesor que intenta hacer sus pinitos en la literatura con poco éxito de ventas. Un tipo extraño que tiene una moto encendida dentro de su apartamento. Un galerista calvo y cocainómano que mantiene una tensa relación con su secretaria y utiliza su posición para aprovecharse de las mujeres. Un fan de KISS que no para de dar la tabarra por donde pasa con su grupo fetiche. Y el personaje más fascinante de la cinta: un misterioso individuo (llamado Windman) que siempre se encuentra en movimiento y posee un poder misterioso e incontrolable que genera la aparición del viento por donde pasa; siempre en evidente estado de perturbación, con la mirada pérdida.


Barman, a pesar de utilizar personajes plagados de taras emocionales que no se encuentran en una situación personal muy brillante (todos transitan a la deriva, sin un objetivo claro en la vida y se caracterizan por tomar, casi siempre,  la peor y la más ridícula de las decisiones), homenajea con una mirada cariñosa a su ciudad natal y expresa con brio la idiosincrasia y el perfil más desconcertante de los habitantes de la ciudad belga, introduciéndonos en una  ágil experiencia coral (a medio camino entre Vidas cruzadas y Trainspotting) en la que expone un lienzo divertido y melancólico, tan ambicioso como caótico, con un sentido del humor muy loco, rematadamente cínico, e incluso misántropo, incidiendo en la imbecilidad inherente al ser humano, la amistad, el amor (y la falta de ambos), la precariedad laboral, y la frustración que genera la descomposición de la mayoría de los sentimientos humanos; planteando más preguntas que respuestas, y dejando multitud de cabos sueltos en una narración (si se le puede llamar así a algo tan caótico y sesgado) atorada de retazos individuales con diálogos memorables y multitud de referencias de la cultura pop: desde Cronenberg, Björn Borg, Andy Warhol, Kofi Annan, hasta el velcro ochentero (uno de los personajes, precisamente, es un gran defensor estético de la denostada década de las hombreras y los elásticos). También hay momentos que recuerdan a los Monty Python: policías yendo puerta a puerta dando a conocer proyectos artísticos de la ciudad, caballos involucrados en accidentes de tráfico que parecen un sueño, y un tipo que bebe whisky por la nariz en plena apoteosis drogadicta.


Hay una inesperada confianza y soltura en la atmosférica puesta en escena de Barman, pese a ser su primer largometraje. Sin duda, el punto álgido de Any way the wind blows se encuentra en la hipnótica fusión de imágenes y música, y a su vez la de éstas con las escenas en las que los diálogos naturalistas cobran fuerza; además de la brillante forma como entrelaza cada una de las viñetas, en las que todo es expuesto como si nos encontrásemos allí mismo. Barman muestra una fresca sucesión de divertidos fragmentos individuales, repletos de magia (que dan la sensación, a veces, de ser improvisados), de la vida cotidiana de personajes de diferentes edades (aunque la mayoría son jóvenes) que a priori  no parecen estar relacionados entre sí, con un equilibrio perfecto entre lo cotidiano y lo irreverente. Algunas situaciones y personajes están conectados entre sí y otras carecen por completo de relación. Otra de sus grandes virtudes estriba en que la mayoría de las circunstancias de carácter absurdo (si obviamos al hombre del viento) tienen lugar en un entorno naturalista con conversaciones llenas de autenticidad a pesar de sus excentricidades. Los diálogos copan gran parte del metraje y están compuestos, básicamente, de frases cortas y expresiones banales y obvias entre los interlocutores, pero que dan mucho dinamismo a la narración.


La música, además de tener una vital trascendencia narrativa en este filme sensorial, está perfectamente implementada, como no podía ser de otra forma viniendo de un tipo que se dedica a la música. Además de componer y cantar en dEUS, el músico belga ha colaborado con DJ Bolland y Peter Vermeersch en la banda electrónica Magnus, que precisamente participa en la banda sonora de una cinta que no disimula en ningún momento la procedencia de su autor con un debut que se encuentra a medio camino entre el cine de corte realista y el videoclip (utilizado en algunas fases para describir la situación psicológica de los personajes), con dos tipos de escenas claramente diferenciadas (Barman ha dirigido los vídeos musicales de su banda, e incluso los de otros grupos musicales de su país y se maneja como pez en el agua cuando la música sustenta la narrativa).


La música y el cine mantienen una relación casi tan turbia como la del deporte (y muy especialmente el fútbol) con el séptimo arte. Sin embargo, en Bélgica parecen haber dado con la tecla para desarrollar propuestas atractivas con un elevado aroma musical, como sucede con Ex Drummer, otra transgresora (y mucho más pasada de rosca) cinta belga, rodada cuatro años después de este fresco debut.  Any way the wind blows cuenta con el aroma marciano característico en algunos filmes del norte y el centro de Europa, y deleitará especialmente a los seguidores de dEUS y Barman, pues  parece una extensión de su propio universo psicotrópico, trasladado al cine. El director tiene el tacto de no personificar en exceso su presencia musical haciéndose valer de una banda sonora extensa (19 temas) y variada, bastante alejada del universo sonoro de su prestigiosa banda. Además de un par de temas propios con Magnus, hay espacio para el Jazz, el breakbeat, el electro, el drum’n’bass, el  rock, el jazz, la ópera y la música instrumental, con temas de Herbie Hancock, Squarepusher,  J.J. Cale, Charlie Parker, Roots Manuva, ILS y Aphrodite, entre otros.


El elenco de actores elegidos para la ocasión es otro de los platos fuertes. Todos dan verosimilitud a sus personajes dotándolos de vida y hacen gala de la variedad de acentos que pueblan Bélgica. Sam Louwyck (el sordo de Ex Drummer y el filósofo-apicultor de La quinta estación), aparece en el rol del sugestivo hombre del viento. El actor belga es un peculiar artista multidisciplinar (además de actuar en el cine es conocido en su país por su vertiente de escritor e intérprete experimental de ballet alternativo). Aquí también es responsable de la coreografía y demuestra sus dotes como bailarín conceptual en sus alucinadas y espasmódicas apariciones, que tienen como punto álgido un irreverente baile al comienzo de la narración y una, no menos esperpéntica, danza del pingüino colectiva tras los títulos de crédito.


Formalmente, Barman muestra un virtuoso manejo de la cámara y una escenografía e iluminación muy atractivas, con un montaje dinámico, travellings espectaculares y un uso reiterativo, pero sutil, de la cámara ralentizada en las secuencias con predomino musical. El climax visual de la cinta llega en la escena de la fiesta donde coinciden la mayoría de personajes (próxima a los veinte minutos); una secuencia que es todo un portento visual gracias al acelerado movimiento de cámara que consigue expresar brillantemente la euforia propiciada por el uso indiscriminado de las drogas. También hay alguna licencia psicodélica muy divertida, como la aparición de unas rayas en la pantalla emulando a la historia del proyeccionista que pierde su trabajo por esa misma razón.


A primera vista, puede dar la errónea impresión de resultar una experiencia anecdótica y liviana, pero esta simpática travesura contiene mucha más profundidad y mala baba de lo que aparenta. A los espectadores enamorados de la narración convencional, probablemente les decepcionará al no tener un propósito predefinido, pero precisamente, la desilusión y desmotivación son las principales estímulos que unen a unos personajes que solo parecen encontrar sentido a su existencia consumiendo drogas y bailando (es de agradecer que no haya intenciones de recrearse con prejuicios morales sobre las adicciones en la población). Se le puede achacar que carece de más desarrollo y espacio para algunos personajes, pero ya se sabe que ése es uno de los problemas de la mayoría de las obras corales que captan un trozo de vida abarcando un periodo de tiempo muy reducido. 


En definitiva, un debut muy encomiable y divertido del que cuesta explayarse sin destripar demasiado porque su mayor encanto se encuentra en el uso de la música, la imagen, y las citadas situaciones irreverentes que plantea. Fuera de Bélgica (especialmente en nuestro territorio) es prácticamente desconocida (de ahí que merezca esta pequeña reivindicación). Sorprende que Barman no haya repetido en la dirección, aunque seguramente se reserve esa faceta para cuando la edad le pase factura en el trepidante mundo de la música y los conciertos.



NOTA: 7/10


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