En este blog no soy muy dado a hablar de superproducciones, pero Paul Verhoeven es una de mis debilidades y merece un hueco con su obra más incomprendida. Cada vez resultan más dudosas las unanimidades absolutas entre público y crítica en el mundo del celuloide. Se acostumbran a crear líneas de opinión sobre ciertas películas que parecen marcar el criterio del espectador medio, no muy dado a reflexionar por voluntad propia. El quinto filme de Paul Verhoeven en Estados Unidos es el mejor ejemplo de ello. Una obra que fue vilipendiada con una unanimidad sin parangón, y fue elegida la peor película del año (arrasó en los Razzies de su año) y de la década de los noventa; además de ser declarada una de las peores películas de la historia del cine. No obstante, con el paso del tiempo han surgido multitud de voces reivindicándola como una imperecedera obra de culto (entre sus grandes defensores se encuentran autores del calado de Jacques Rivette, y dos enamorados del kitsch como Quentin Tarantino y John Waters). Curiosamente, a pesar de la multitud de menciones negativas que obtuvo, y de su fracaso en taquilla, es la película más taquillera con la restrictiva calificación NC-17 (que se antoja excesiva y la lastró en términos recaudatorios) y ha producido grandes cantidades de dinero gracias al mercado del Dvd y Bluray.
La cinta nos presenta a Nomi, una chica sin demasiado futuro que decide irse a Las Vegas para triunfar como bailarina. Sin embargo, nada más llegar es estafada por un camionero que la recoge y pierde todas sus posesiones. Pero estamos en Las Vegas, la ciudad del pecado donde siempre hay lugar para una segunda oportunidad, y Nomi se topa con una costurera con buen corazón que la acoge en su casa. Tras una elipsis de unas cuantas semanas observamos a nuestra protagonista trabajando en un tugurio de strippers, donde la estrella principal es una mujer fondona que cuenta chistes subidos de tono, y saca a relucir sus voluptuosos senos acompañando a una especie de ventosidad. Nomi se gana bien la vida con los bailes privados, pero se siente insatisfecha porque su sueño es ser una bailarina de espectáculos eróticos más ambiciosos, a los que se acercará tras conocer a Crystal, la diva de una compañía. Por el camino se topará con un bailarín que confía plenamente en sus dotes como bailarina en escenarios fuera del ámbito stripper.
Se han hecho multitud de películas ambientadas en Las Vegas, pero ninguna capta con tanto acierto el epicentro hortera y resplandeciente de la ciudad de los casinos, y la superficialidad del denominado sueño americano. Showgirls es un sentido homenaje al mal gusto, pero está realizada con la exquisitez visual habitual de su autor, quien utiliza el sexismo para exponer sin tapujos a una sociedad misógina, hipócrita, reprimida y represora, que saca partido a sus tabús en forma de negocio, en la que la mujer aparece desplazada y no le queda más remedio que traficar con su cuerpo para ser alguien en la vida. A pesar de la innegable degradación de la mujer con la cual se alimenta la narración, el discurso del director holandés es netamente feminista, y su oda a la desnudez femenina no tiene nada de gratuidad al estar enmarcada en un escenario que se basa precisamente en eso. Verhoeven coloca al espectador como un mirón más, a la misma altura del público habitual de un espectáculo tan calenturiento como el striptease.
Verhoeven tuvo plena libertad gracias a las buenas cifras de sus películas anteriores (Los señores del acero, Robocop, Instinto básico y Desafío total) y realizó el filme más arriesgado de su periplo americano, en el cual destacó por poseer una habilidad innata para otorgar calidad y crítica social atorada de mala baba a productos plenamente comerciales. Aquí lo llevó hasta las últimas consecuencias, dando un golpe sobre la mesa del conservador estatus de la industria norteamericana con una propuesta sórdida, irreverente, provocadora, lasciva y amoral, que bajo su apariencia hortera y sexista esconde una crítica voraz a la decadencia de la cultura americana, y del sistema capitalista en general; aunque esa osadía supusiera la inmolación a su carrera como cineasta en el país de las hamburguesas, que solo tuvo continuidad con Starship Troopers (otra excepcional película que crece con un segundo visionado) y la descafeinada El hombre sin sombra (su obra americana menos inspirada).
Tal y como sucede con la posterior Starship troopers (una historia que bajo su apariencia de alegato fascista esconde una crítica despiadada al afán imperialista de Estados Unidos y el sensacionalismo de sus medios de comunicación), Verhoeven desconcierta por su ausencia de distancia con lo expuesto. Aunque acostumbre a nutrirse de unos personajes detestables en situaciones que los llevan al límite, inicialmente cuesta dictaminar si hay admiración o repulsa hacia ese oscuro mundo que retrata, y su ambiguo enfoque puede general una falsa sensación de apología de la basura que puede ocultar su elevada carga crítica e irónica hacia una sociedad obsesionada por el dinero fácil y el éxito. Una de las constantes en el cine de Verhoeven desde los inicios de su carrera en su Holanda natal es la desinhibición con el tratamiento del sexo y la desnudez, que en esta película alcanza una de sus mayores cotas (aunque sus intenciones son menos sensuales de lo habitual, en beneficio de la irreverente crítica social y cultural). Un erotismo que suele mezclar con la crudeza de los comportamientos violentos, aquí utilizado en una escena de violación grupal muy dolorosa contra el personaje más inocente que, sin embargo, sirve para que la egoísta protagonista muestre algo de “humanidad” a través de una venganza redentora.
Una de las causas de la incomprensión generalizada de esta joya puede ser que sus personajes excéntricos y caricaturizados hasta la extenuación, y su descerebrado guión están tratados con la severidad de un dramón de cine clásico. Ese detalle no es óbice para que estos animales salvajes sin ningún atisbo de humanidad estén bien desarrollados y resulten convincentes. La protagonista es consciente de la vacuidad de sus objetivos, pero hay algo que le impide detenerse en ese ciclo vital de juegos de intereses y conspiraciones, aunque intenta mantener su dignidad en una actividad que carece por completo de ello (durante buena parte de la cinta reniega de su condición de puta). Uno de los grandes méritos de la película es que consigue crear una empatía hipnótica con la protagonista, a pesar de lo ridículo que nos parezcan sus objetivos, y la manipulación que ejerce sobre su entorno; logrando que nos preocupemos por cada uno de sus pasos.
Oficialmente, Showgirls no es considerada un remake de Eva al desnudo, pero resulta evidente que está inspirada plenamente en el filme de Joseph L. Mankiewicz. Verhoeven cambia el sofisticado ambiente cargado de glamour del mundo del teatro por la chabacanería colorida y recargada del striptease, pero ambas coinciden al mostrar a una joven que está desesperada por pertenecer al mundo del espectáculo, que se acerca al entorno de una diva y consigue que la contrate como asistente con el único objetivo de apoderarse de su papel y convertirse en una gran estrella. Además de los evidentes ecos a Eva al desnudo, también hay claras referencias paródicas a Flashdance y Dirty dancing, dos películas sobre el mundo de la danza que arrasaron en taquilla en los ochenta y sirven de inspiración para mostrar los anhelos de la gente que se dedica al baile. De todos modos, el enfoque de Verhoeven está más próximo a propuestas del calado de Boogie Nights, Cisne negro o Spring Breakers que al de esos populistas referentes musicales, y se distancia sobremanera de la posterior Striptease, una película que se aprovechó de la repercusión de Showgirls para ofrecer una visión mucho más moralista y chapucera del universo de las bailarinas ligeras de ropa.
Ninguna superestrella de Hollywood se atrevió a protagonizar esta provocación con aires melodramáticos, y Verhoeven recurrió a Elizabeth Berkley, conocida popularmente por su participación en la dudosa Salvados por la campana. La actriz norteamericana suele ser uno de los principales blancos del ensañamiento desmedido contra la película. Un detalle que se antoja injusto porque aquí ofrece una actuación cargada de un entusiasmo similar al que posee su descerebrado personaje con sus sueños de ser bailarina, en la cual se percibe que disfrutó de lo lindo encarnando a un ser repleto de espontaneidad y unos cambios de humor muy desconcertantes. Resulta evidente que todas estas críticas proceden de espectadores que no captaron las intenciones reales de Verhoeven, y la pagaron con la chica por su osadía de pasarse buena parte del metraje como vino al mundo.
El mayor atractivo se produce en la lucha de poder, mezcla de atracción sexual y envidia, que se establece entre las dos “zorronas”, con una Gina Gershon descomunal, quien saca a relucir como nunca sus lascivos y sensuales labios. Los personajes masculinos son incluso más patéticos e interesados que los femeninos, y eso es mucho decir. Kyle MacLachlan, un actor que nunca ha destacado por sus dotes interpretativas, pero que cuenta con un elevado glamour por sus colaboraciones con David Lynch, ofrece una de sus actuaciones más grotescas y antipáticas en el rol de un empresario sin escrúpulos con una eterna e idiota sonrisa en su rostro, quien participa en las escenas más ridículas y atractivas de la cinta. Verhoeven no suele dejar títere con cabeza, pero dentro de la superficialidad de sus seres, la costurera y el bailarín (ambos de raza negra) aportan el lado más humano y sincero en medio de una espiral de imbecilidad. El de ella es el personaje que actúa con mayor bondad, pero ese detalle no impide que sea quien sale peor parada físicamente. Mientras que el bailarín es un tipo honesto cuyo único pecado (si se le puede llamar así) es que le pierden las mujeres, e intenta apartar a la protagonista de su sórdido camino.
A simple vista, el guión de Joe Eszterhas (autor del de Instinto básico) parece un despropósito misógino por la presencia constante de clichés manidos, pero el incendiario enfoque satírico de Verhoeven consigue elevar la película a los altares, propiciando gran cantidad de frases memorables que resumen a la perfección las inquietudes de sus personajes, y escenas cargadas de un erotismo irreverente que pasarán a la posteridad. Frases del calado emocional de «No te valoras lo suficiente; tienes un buen polvo». «Quiero mis pezones apretados. No como si estuvieran levitando». «Tengo unas tetas mejores que la jodida virgen María, y también la boca más grande». Y algunas más metafísicas como «Siempre hay alguien más joven y hambriento bajando la escalera detrás de ti».
Showgirls solo pudo ser rodada o escrita por un europeo (el guionista es de origen húngaro) ya que el moralismo de la sociedad americana provoca la autocensura de sus directores con el tratamiento de la desnudez en el cine. La narración cuenta con un ritmo vertiginoso y perdura en la memoria dejando una fuerte sensación de placer culpable en el espectador que observa perplejo como es imposible desprenderse de una sonrisa constante, especialmente por los citados diálogos y los números de baile (que parecen pertenecer a los sueños más húmedos de Valerio Lazarov). Una obra que si es observada con la mente abierta, libre de prejuicios, y sin ser tomada demasiado en serio, proporciona una experiencia absorbente y plenamente satisfactoria.
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