martes, 14 de enero de 2014

El incinerador de cadáveres (Juraj Herz, 1969)

El declive del denominado realismo socialista a finales de la década de los cincuenta dio lugar a la aparición de la Nueva ola (Nova Vlnà) cinematográfica en Checoslovaquia durante la mayor parte de la década de los sesenta. Una de las principales bazas de este grupo era un estilo muy particular mediante técnicas de montaje vanguardistas, la ironía, el sarcasmo y el humor absurdo que provocaban momentos muy kafkianos (hay que recordar que el genial escritor era también de origen checo). Dentro de este audaz grupo renovador destacó Juraj Herz (Kežmarok, 1934).  Su filmografía es recurrente en tratar historias relacionadas con lo fantástico y el cine de terror, enfocadas desde un punto de vista muy diferente al  del cine occidental. Es autor de obras como Morgiana, Panna a netbor y El Diablo cojo. En el año 1969 rodó su obra más conocida, El incinerador de cadáveres, brillante ganadora del festival de Sitges de aquel año con una cinta atorada de humor negro muy macabro con claras connotaciones políticas y sociales.



El Sr. Kopfringl (Rudolf Hrusinsky) es empleado del cementerio y está a cargo de su sección de cremaciones. Vive completamente obsesionado con su trabajo, también ejerce con frecuencia como anfitrión, explicando todo su ideario a los personajes que le acompañan. Su filosofía de vida se basa en aliviar el sufrimiento a los seres humanos mediante la cremación de los ataudes de los hipotéticos «sufrientes», y  se ve como un mediador entre lo físico y lo espiritual. Según Kopfringl, tras pasar por el fuego 75 minutos, el alma tiene vía libre para la reencarnación. Pese a ser un padre de familia, hace sus escapadas a un prostíbulo esporádicamente. Su sexualidad se intuye tan extraña como su personalidad. Sin embargo, cuando se reencuentra con un antiguo compañero que luchó junto a él en la Primera Guerra Mundial, empieza a indagar sobre su hipotética sangre alemana para poder acceder al partido Nazi, y empieza a sospechar que su propia mujer, con sangre judía, quiere aprovecharse de su negocio.


El autor utiliza la metáfora de un cremador de cadáveres de Praga para enseñarnos lo ridículas que pueden llegar a ser de las ideologías autoritarias. La figura del  siniestro personaje con su popularidad con las masas y sus ideas descabelladas remite alegóricamente a la del Fuhrer, que da mucho juego cómico merced a su look presidido por un peinado a contrapelo deudor del de Anasagasti y del propio Hitler que no para de moldear con su inseparable peine que guarda en un bolsillo de su chaqueta favorita. Destaca su pasión desmesurada por «El libro tibetano de la vida y la muerte» (llegado un momento empieza a  tener alucinaciones con su propia persona afirmando que es la próxima encarnación del Dalai Lama). El cariz budista mezclado con su emergente ideología nazi le proporcionan un matiz irreverente al personaje, que ayuda a que todo lo acontecido tenga un marcado aire cómico, consiguiendo aligerar el dramatismo de ciertas imágenes. Nos encontramos ante una actuación completamente creíble por parte de Rudolf Hrusinsky en un auténtico recital interpretativo del actor checo; amo y señor de la pantalla en todo momento.


Juraj Herz es también autor del guión junto al escritor de la novela homónima adaptada, Ladislav Fuks. El propio director estuvo recluido en su niñez en el campo de concentración de Ravensbruck, de ahí que la obra posea esa voraz crítica hacia los totalitarismos en un viaje irreverente y kafkiano plagado de multitud de alegorías a través de la psique de un ser perverso y retorcido que va perdiendo el norte paulatinamente. La película inicialmente se presenta como una comedia muy siniestra y va mutando hacia una divertida sátira de terror psicológico y un filme de psicópatas con una atmósfera macabra e hipnótica en su acelerada parte final; en la cual se confunden la realidad y la ilusión por la forma onírica, con ciertos aires del expresionismo alemán, con la que está rodada. En el plano formal llama la atención el sombrío aspecto gótico que posee el film, con un exceso de primeros planos, en un blanco y negro portentoso. Un recurso que Herz utiliza para enfatizar su principal virtud, la citada atmósfera asfixiante que predomina durante todo el metraje. 


Quizá se le pueda achacar que se recrea demasiado en el recurso de la voz en off con una verborrea desaforada y que el ritmo se presenta desigual: durante la primera mitad es mucho más sosegado pese a no perder nunca el dinamismo, presentándonos al peculiar personaje y su idiosincrasia; aspecto que contrasta con la vertiginosa y alocada media hora final,  la que propiamente se puede incluir en el género de terror. El acertado uso de la música clásica y la ópera con unas piezas sublimes ayudan a imprimirle un tono todavía más oscuro, si cabe; mientras que el talentoso montaje destaca por la capacidad que tiene para unir las escenas con un acentuado aire experimental, empezando por los originales títulos de crédito, donde juega con las caras de los protagonistas para que se puedan leer sus nombres.

Cuarenta años después, la película sigue manteniéndose fresca y atrevida, como la mayoría de los filmes de la década dorada del cine en Checoslovaquia. Un autor a seguir este Juraj Herz. 


NOTA: 7/10


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