Jacques Rivette es considerado miembro fundacional y el principal ideólogo de la Nouvelle vague, el movimiento francés que tuvo lugar entre finales de los años 50 y la década de los 60 que revolucionó la cinematografía del siglo pasado transgrediendo drásticamente las convenciones narrativas y estéticas del cine clásico. El ex redactor de Cahiers du cinema es el autor con menor repercusión mediática y el más incomprendido del núcleo duro del movimiento denominado La banda de los cuatro, al que también pertenecían Jean-Luc Godard, François Truffaut y Éric Rohmer. La teatralidad de su estilo requiere de cierta exigencia en el nivel de atención por parte del espectador pero dista mucho de ser el cine cerrado e inaccesible que muchos aseveran si uno se involucra activamente en la narración. El principal problema generador de su «malditismo» es, sin duda, la mastodóntica duración de la mayoría de sus proyectos. Llegó a rodar una película de casi trece horas, considerada como la novena película más larga de la historia, y la primera de ese ranking que no es puramente experimental. "L'amour fou" y "La bella mentirosa" duran 4 horas, y tiene varias que rondan las tres horas, como la película que nos ocupa.
Rivette cuenta con una gran cantidad de títulos recomendables, entre los que destacan, por citar solo unos cuantos, su debut "Paris nous appartient", "l'amour fou", "Out 1 noli me tangere", "La bella mentirosa", "La bande des quatre", "Secret défense", y el filme que nos ocupa, su incursión más exitosa comercialmente y la poseedora de mayor aceptación por parte de la crítica. Una historia que propone un juego desafiante muy psicodélico atorado de misterio y fantasía, en la que vuelve a enfrentarse a las convenciones narrativas tradicionales, dotándola de una envoltura de cuento infantil protagonizado por adultos. La película fue rodada entre su etapa más vanguardista ("L'amour fou" y "Out 1, noli me tangere"), y la más confusa y alocada, la de su incursión en el género de las hechiceras mezclado con el de piratas femeninos y el Noir de "Noroit" y "Duelle" respectivamente. Películas que iban a formar parte de una tetralogía que finalmente se quedó en dos películas por culpa de una crisis nerviosa motivada por la presión de los productores.
A partir de una escena claramente inspirada en "Alicia en el país de las maravillas", la narración arranca con Julie, una bibliotecaria que está sentada en un banco de un parque leyendo un libro sobre magia, cuando Céline, una prestigitadora ataviada con unos ropajes muy peculiares, se presenta en su vida, dejando caer a su paso varias de sus posesiones. Como si se tratase de Alicia en estado de hipnosis persiguiendo al conejo blanco, Julie, continua el rastro que va dejando tan misteriosa mujer, caminando de forma sigilosa para no ser descubierta. Las dos jóvenes parecían predestinadas a conocerse, y desarrollan una amistad intensa y casi telepática, basada en la imaginación, que les llevará a una gran mansión apartada en la que presenciarán una historia que parece formar parte de una realidad paralela en la que los residentes del lugar repiten las mismas líneas constantemente en un puñado de escenas. El alucine no acaba ahí, porque la pareja tiene que chupar un caramelo específico para introducirse en una trama a la que acuden anonadadas por el misterio, como quien ve una película, una obra de teatro o una serie de Tv, con la particularidad de que siempre ven las mismas escenas desde diferentes perspectivas, jugueteando, intercambiando el rol de una enfermera en la casa que utilizan como cuerpo cuando chupetean los caramelos milagrosos.
Los reiterativos hechos que tienen lugar dentro de la
lúgubre mansión recuerdan ligeramente al tono de cierto cine francés anterior a la nouvelle vague francesa, con unos
personajes mucho más aburguesados y un carácter folletinesco, trasnochado y
teatral que ofrecen un contraste muy interesante con el naturalismo de la
parte real y sirven para que Rivette continúe experimentando con las formas de
actuación e improvisación en el cine y, como en sus dos filmes anteriores,
logra variar nuestra visión respecto a la naturaleza del medio. Sus habituales jugueteos con las realidades superpuestas, en esta ocasión, están representados en las reiterativas acciones de los personajes de la mansión, mostradas como si formasen parte de una obra de teatro.
La obra cuenta con una estructura cuasi oculta atorada de multitud de referencias literarias, entre las que destacan la literatura fantástica infantil, el realismo mágico, o el teatro vodevilesco presente en la historia que tiene lugar en la mansión misteriosa. Eso sí, las citadas referencias son meramente visuales y nunca osa acercarse a la pedantería en los diálogos de Godard, compañero de fatigas y gran admirador de Rivette tanto en su vertiente como crítico como en la de director de cine. Al contrario; sus personajes, a pesar de tambalearse entre varias realidades siempre se han caracterizado por pertenecer a este mundo en cuanto a la comunicación verbal se refiere; siempre y cuando no forman parte de una representación teatral. Tampoco faltan guiños cinematográficos a los espejos de Jean Cocteau y el cine cómico mudo, al cual parece homenajear durante el primer cuarto de hora (mi parte favorita del filme) y a la naturalidad en las relaciones personales de las mujeres que serían el eje en su etapa más prolífica, la de la década de los noventa.
La obra cuenta con una estructura cuasi oculta atorada de multitud de referencias literarias, entre las que destacan la literatura fantástica infantil, el realismo mágico, o el teatro vodevilesco presente en la historia que tiene lugar en la mansión misteriosa. Eso sí, las citadas referencias son meramente visuales y nunca osa acercarse a la pedantería en los diálogos de Godard, compañero de fatigas y gran admirador de Rivette tanto en su vertiente como crítico como en la de director de cine. Al contrario; sus personajes, a pesar de tambalearse entre varias realidades siempre se han caracterizado por pertenecer a este mundo en cuanto a la comunicación verbal se refiere; siempre y cuando no forman parte de una representación teatral. Tampoco faltan guiños cinematográficos a los espejos de Jean Cocteau y el cine cómico mudo, al cual parece homenajear durante el primer cuarto de hora (mi parte favorita del filme) y a la naturalidad en las relaciones personales de las mujeres que serían el eje en su etapa más prolífica, la de la década de los noventa.
La cinta nunca se toma demasiado en serio a sí misma y presenta alocadas asociaciones (los caramelos tienen unos efectos más poderosos que el mejor LSD de la época) y pistas rocambolescas. Tal y como sucede con todas las obras más emblemáticas del director francés, premia al espectador con nuevos hallazgos durante cada nuevo visionado.de esta delirante película, irreverentemente divertida durante la mayor parte de su metraje, pero que está dominada por una angustiosa y desconcertante atmósfera en la sección de la casa encantada. "Céline y Julie van en barco" tuvo lugar en pleno auge movimiento de liberación de la mujer en la Francia post- Mayo del 68, y sirve como marco perfecto para que Rivette de rienda suelta al feminismo que ya mostró en "La Religiosa", aunque con una actitud mucho más sarcástica y repleta de mala baba, acometiendo despiadadamente contra los privilegios masculinos en la sociedad y el uso de la mujer como fetiche en ciertos espectáculos lúdicos.
En la segunda mitad, ambas narrativas confluyen cuando las dos protagonistas deciden intensificar sus apariciones en la mansión fantasma para poner fin al misterio de la historia presentándose al lugar para intentar alterar los repetitivos y funestos acontecimientos que suceden tras la ingestión de los caramelos mágicos. Como siempre, el misterio en la forma de desarrollar la trama provoca una extraña hipnosis, en unas situaciones en las que el significado resulta menos trascendente que la exposición en sí de los hechos; siguiendo la tónica generalizada en la mayoría de sus filmes de desvincularse de intentar dar respuestas a la multitud de incógnitas que plantea. La narración, finalmente nos conduce a un desconcertante epílogo, nuevamente deudor de la obra más popular de Lewis Carroll que pude dar lugar a varias interpretaciones.
En la segunda mitad, ambas narrativas confluyen cuando las dos protagonistas deciden intensificar sus apariciones en la mansión fantasma para poner fin al misterio de la historia presentándose al lugar para intentar alterar los repetitivos y funestos acontecimientos que suceden tras la ingestión de los caramelos mágicos. Como siempre, el misterio en la forma de desarrollar la trama provoca una extraña hipnosis, en unas situaciones en las que el significado resulta menos trascendente que la exposición en sí de los hechos; siguiendo la tónica generalizada en la mayoría de sus filmes de desvincularse de intentar dar respuestas a la multitud de incógnitas que plantea. La narración, finalmente nos conduce a un desconcertante epílogo, nuevamente deudor de la obra más popular de Lewis Carroll que pude dar lugar a varias interpretaciones.
Estéticamente no es uno de sus trabajos más brillantes, aunque mejora claramente respecto a sus incendiarias obras anteriores que se enmarcaban en la etapa en la que menos parecía preocuparle el acabado formal, renunciando a la puesta en escena exquisita y detallista que le caracterizaría a partir de esta obra. El punto más fuerte de la película es la relación que se establece entre Céline y Julie; dos mujeres psicológicamente indefinidas, con un evidente rechazo de las responsabilidades que conllevan la madurez, y apasionadas por suplantar su personalidad con la de la compañera y jugar con todos los objetos que se encuentran a su paso. Como ocurre en la precedente Out 1, Rivette da plena libertad a sus dos protagonistas, Juliet Berto y Dominique Labourier (quienes también colaboraron en el guión junto a la más secundaria Bulle Ogier). Las dos actrices otorgan a la narración una vitalidad optimista y una simpatía tan particular que parece imposible que pudiese haber sido llevada con otras protagonistas. Mención especial para la tristemente fallecida Juliet Berto, que continúa en estado de gracia ante la posibilidad de influir en el desarrollo de su personaje, como sucede en las tres colaboraciones con Rivette antes de que falleciese de un modo prematuro por una triste enfermedad. Mucho se ha hablado de las mujeres de Almodóvar o Lars Von trier, pero no hay una sola película de Rivette en la cual un personaje femenino no tenga una trascendencia vital en la trama. En varias ocasiones coincide en presentar a un dúo de mujeres como absolutos protagonistas de sus filmes (La pont du nord, "Duelle", "Noroit", y la que nos ocupa; habiendo también lugar para tríos femeninos ("Alto, bajo, fragil") y cuartetos ("La banda de las cuatro").
Pese a ser uno de los trabajos clave del ex-crítico francés, no está hecho para todos los paladares, ya que el grado de fascinación con la película depende rotundamente de la empatía que se establezca con la juguetona pareja protagonista (si hay poca pueden llegar a resultar dos hippies locas muy cargantes) y del grado de tolerancia con las historias fantásticas carentes de fuegos de artificio y dotadas de una imaginación desbordante. Se despoja de gran parte de los ornamentos y elementos visuales comunes en el género fantástico y el suspense (sus dos favoritos). Si a todo esto le unimos el envoltorio de cine de autor radical del que suele hacer gala, provoca un híbrido desconcertante que suele asustar a los no iniciados en su particular proceder. No obstante, a pesar de su estilo tan personal, "Céline y Julie van en barco" es uno de los filmes más accesibles de su filmografía junto a las pequeñas incursiones adaptando obras literarias ("La religiosa", "Cumbres borrascosas" y "la duquesa de Langeais"). Rivette gestó una película adelantada a su tiempo que inspiró a la infame "Buscando a Susan desesperadamente" (según reconoció la propia Susan Seidelman) y tiene algunos puntos de conexión con la posterior "Mulholland Drive" de David Lynch, por su extrañeza, hermetismo y el claro aire lésbico de la relación femenina, aunque aquí no llegue a ser presentada de forma explícita y deja que sea el espectador quien decida el cariz de este vínculo. El arriesgado autor francés siempre ha caminado al margen de las modas y merece una reivindicación desde este humilde blog (que por algo lleva el título de una de sus obras más destacadas).
NOTA: 9,5/10
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