Kim Ki-duk inició su extensa trayectoria en el mundo del celuloide con Crocodile, claramente inspirada en Los Amantes del Pont-Neuf (la obra más lograda de Leos Carax), de la que el coreano siempre se ha declarado un ferviente admirador (también suele mencionar a otro cineasta francés -Jean Luc Godard- como fuente de inspiración). El coreano es un director autodidacta con un universo muy peculiar (un autor de quien ya he publicado dos reseñas de sus películas anteriormente), pero fue aprendiendo el oficio a base de rodar películas a una velocidad vertiginosa. Su filmografía está compuesta por diecinueve películas (dieciocho en los tiempos de la cinta que nos ocupa, que se encarga de recordarnos de un modo casi bochornoso en un cartel en los créditos iniciales) rodadas a un trepidante ritmo (hubo un año en el que casi rivalizó con el incombustible director nipón Takashi Miike, en el que llegó a firmar tres películas). Su interés por mostrar personajes marginales y traumatizados a través del dolor le convertirían en un director algo inaccesible para el gran público durante su primera etapa y parte de la segunda.
En la primera mitad de Pietà deja una notoria sensación de que nos encontremos ante una de sus primerizas películas antes citadas, pero en este caso aderezadas con el buen hacer visual adquirido durante su prolífica carrera como cineasta. Unos amateurs primeros trabajos que se caracterizaban por el uso de la violencia extrema (con un acompañamiento musical más principiante y chirriante si cabe), no exenta de pequeños hallazgos visuales, que más adelante serían la base de su imaginería a partir de La Isla (Seom), la película que marcó un salto de calidad definitivo en su estilo y que le dio a conocer internacionalmente en el ámbito festivalero europeo. Años después, en su periodo más exitoso en cuanto a aceptación popular (Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera y Hierro 3), suavizaría esa violencia y el aspecto visual y poético predominaría claramente sobre el resto.
Tomando su nombre de la escultura de Miguel Ángel de María sosteniendo el cuerpo de Cristo (símbolo del amor materno-filial), Pietà es una alegoría religiosa en la que el director coreano sigue las hazañas de un personaje sin escrúpulos que se dedica a cobrar préstamos. Kang-do aparece inicialmente en pantalla en la cama dándose placer a sí mismo de una manera muy animal mientras duerme, que unido a su crueldad hacia los trabajadores aterrorizados que visita, a los que mutila sin ningún remordimiento para poder conseguir dinero del seguro médico, nos deja a las claras la catadura moral del personaje. Se trata de un ser solitario que trabaja para un prestamista, cuyo cometido es cobrar los intereses a los desesperados deudores, todos ellos trabajadores en una situación de precariedad económica absoluta. Los métodos de cobro empleados por Kang-do son de una violencia y de una degradación moral aterradoras. Un día, aparece en su vida una mujer que se presenta diciendo que le había abandonado cuando nació tres décadas atrás, asegurando que es su madre. Kang-do, reticente en un principio, se ve obligado a recapacitar sobre su violento modus operandi laboral.
Ki-duk nos obsequia con un duro y oscuro drama urbano sobre las perversiones a las que nos lleva el cada vez más despiadado capitalismo y sus funestas consecuencias sobre las relaciones humanas, retratando sin concesión alguna las miserias humanas dentro de la crisis económica galopante que nos está tocando sufrir, en el marco de una historia de odio y de venganza llevados al límite, tan excesiva y desmedida, que sólo un autor con la capacidad narrativa y visual del director de Hierro 3 es capaz de intentarlo y salir vivo del envite. Su dirección en Pietà destaca por la capacidad que tiene de narrar una historia aparentemente inverosímil (como sucede en la mayoría de sus premisas en su larga carrera), absolutamente cruel y triste, sin que el artificio argumental influya en el extraño vínculo emocional que se establece con la audiencia. El filme plantea múltiples cuestiones y reflexiones, además de colocar al espectador en situaciones asfixiantes, que durante la primera parte de la narración pueden resultar casi grotescas e insoportables para los más despistados con su sórdido universo, pero que se antojan necesarias para enfatizar la catarsis a la que se verá avocado el despiadado torturador, y la ciega compasión que su madre siente por él.
La fascinación por la violencia y el dolor tan comunes en el cine asiático, utilizados para expresar, incluso, los sentimientos más cariñosos, vuelven a estar presentes en todo momento en su imaginería. SPOILER Hay un par de escenas marca de la casa del Ki-duk más enfermizo y repudiado que permanecen en la memoria del espectador: La primera es la violación incestuosa (un detalle que explora con mayor grado de transgresión en su reciente y censurada Moebius) a la que somete a la madre en uno de sus primeros encuentros. Kang-do se desfoga sexualmente con ésta y le pregunta sin ningún rubor: «¿Salí de aquí seguro? Entonces ¿Por qué no puedo entrar de nuevo?». En la segunda escena escabrosa el hijo corta un trozo de carne que se intuye que puede ser un dedo de su pie, y ordena a la mujer que se lo coma para probar su amor. A pesar del mal rollo imperante, hay momentos en los que aligera la tensión con fases muy cómicas, como el paseo de la pareja protagonista en el que madre e hijo disfrutan de los años perdidos de la infancia de Kang-do. FIN DEL SPOILER
Cuando bien avanzado el metraje llega el inesperado giro argumental (que no desvelaré para quien no haya visto la película), la obra adquiere un tono más sutil y accesible. Es aquí cuando nos remite al Kim Ki-duk más sugerente de sus trabajos con mayor repercusión mediática. caracterizados por un lirismo que aquí, sin embargo, se muestra con cuentagotas y desaparecería por completo en su siguiente obra. Una poesía visual que en su última etapa se percibía bastante forzada, impostada y hasta cursi (El Arco, Time, Breath, y muy especialmente en Dream) aunque seguía mostrándose resultona pese a abusar reiteradamente de los auto-homenajes. Además de su sello incorruptible, parece como si en Pietà hubiese tomado nota del estilo más comercial de sus compatriotas compañeros de generación - Park-Chan-wook y Bong Joon-ho- en La trilogía de la venganza y Mother respectivamente, logrando un thriller que funciona incluso como entretenimiento a pesar de su extrema crudeza e incomodidad.
Formalmente, se trata de una obra con mucho mejor acabado que su incendiaria propuesta posterior, en la que se decidió por una modesta cámara digital, aunque comparten el nerviosismo en sus movimientos. Destaca el buen uso del deprimente entorno que ayuda a mostrar la precaria situación de los desfavorecidos que sufren la visita del despiadado representante del prestamista. Respecto a su última película (y a buena parte de su filmografía) sorprende un mayor uso de los diálogos, sin que ello signifique que pierda su habitual estilo expresionista, amparado plenamente en las miradas y los gestos. El director coreano siempre se ha sentido un incomprendido en su Corea del Sur natal donde su film más exitoso en taquilla llegaría de la mano de Bad Guy (seguramente debido a la presencia de un actor muy popular en su país por aquel entonces a quien utilizó recientemente en Moebius). Da la sensación que aquí haya querido asegurar su cartera dando el papel protagonista a Lee Jung-Jin, también muy popular en Corea con una carrera bastante alejada del cine de autor. El actor coreano sale claramente derrotado del duelo interpretativo ante la inmensa Jo Min-Su, que se como la pantalla desde su primera aparición, pero mantiene el tipo decentemente para ser un actor de estas características.
La penúltima película de Kim Ki-duk y la posterior e irreverente Moebius suponen sus obras más apetecibles desde Hierro 3, aunque no llegan al nivel de sus mejores trabajos (La isla, Domicilio Desconocido y la citada cinta del ocupa fantasmagórico), que da la sensación de que supusieron su cenit como autor. No obstante, tras su descafeinada etapa antes de esta incursión (con una crisis personal que le mantuvo tres años sin rodar tras un accidente de una actriz en la irregular Dream) y el poco inspirado experimento vacacional de Amén (su anterior y repudiado trabajo) suponen un claro halo de esperanza para la recuperación definitiva de uno de los autores más personales, provocadores, y prolíficos que ha dado el cine en el presente siglo.
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