jueves, 23 de enero de 2014

Bright Future (Kiyoshi Kurosawa, 2003)

El vacío existencial y la apatía de la juventud es una temática muy habitual en el cine japonés de las últimas décadas. Son varios los autores de ese país que nos han manifestado el contraste existente entre una generación joven harta de la decadencia de la adulta que no la comprende y ésta. Dentro de este grupo destaca Kiyoshi Kurosawa, un autor cuya filmografía abarca géneros tan dispares como el erótico pinku eiga, el policial, el terror y el fantástico, siempre dentro de los terrenos netamente autorales. Sus personajes se suelen caracterizar por debatirse entre la materialidad absoluta y las obsesiones que les llevan a realizar actos ajenos a la cordura. Sus trabajos más reconocidos son Cure, Charisma y Kairo,  y el que hoy nos ocupa, aunque su filmografía abarca cerca de 30 títulos (algunos de ellos realizados para televisión). Kurosawa destaca por utilizar elementos de profundidad metafísica mezclados sin ningún rubor con el humor más absurdo. Aspectos que le otorgan un inevitable cariz irreverentemente místico a sus trabajos. El director japonés, y muy especialmente en la última década, destaca por una dualidad casi bipolar que le ha llevado a realizar trabajos de muy baja calidad como Loft o Real (película que tengo pendiente de ver, pero que por su tráiler y los comentarios de quienes la vieron en Sitges no invita al optimismo) a otros como la potente Tokyo Sonata o el último proyecto que tiene en ciernes en el que da la sensación de mostrar su perfil bueno. 


La cinta arranca presentándonos a Nimura, un joven que sueña  sueña habitualmente sobre un futuro mejor, rebosante de paz y esperanza. Por desgracia, desde hace poco tiempo ha dejado de tener estos dulces momentos oníricos, y las escasas veces que los tiene sólo ve oscuridad. No obstante, se ve superado por la realidad y vaga como si se tratase de una especie de fantasma urbano. Mamoru, a quien conoce de su trabajo en una lavandería industrial, tiene al cuidado una medusa venenosa a la que intenta aclimatizar al agua dulce. La conexión existente entre estos dos seres solitarios es tal que crean un código mediante el cual se comunican para emprender todo tipo de acciones. Su jefe, el señor Fujiwara (Takashi Sasano) intenta acercarse a ambos fuera de las horas de trabajo. Viendo la fascinación que siente su amigo por la Medusa, decide dársela a éste para que cuide de ella.  En una de estas visitas hay un pequeño incidente con la medusa que provoca que el dúo abandone el empleo. Cuando Nimura recuerda que tiene que recuperar un CD de música que le había prestado al empresario, sin motivo aparente, se dirige con muy malas intenciones al domicilio de éste. Al llegar, descubre el cadáver del señor Fujiwara y su esposa; y todas las sospechas irán a parar hacia su compañero.


Bright Future es un filme que transgrede algunas convenciones narrativas. Un relato no muy fácil de asimilar, ya que requiere de cierto grado de implicación emocional de nuestra parte y cierto nivel de introspección. Kurosawa plantea cuestiones trascendentes para el ser humano como la situación del individuo frente a la sociedad, la paternidad y la carencia de ésta, aunque donde pone su carne en el asador como comenté en el prólogo es en mostrar la desilusión de la juventud del país del sol naciente con la generación de sus padres, y los claros sentimientos de fracaso de éstos respecto a la de sus hijos. Sin embargo, el director japonés lo hace sin tomar partido ni intentar juzgar los actos de sus personajes, aunque quien realmente sale malparada es la sociedad japonesa por su carencia absoluta para otorgar cualquier atisbo de esperanza e ilusión a sus jóvenes.


El dúo de amantes de las medusas son unos jóvenes que dan la sensación de estar faltos de emociones y dominados por la apatía, aunque conforme avanza la trama, y sin que ellos varíen su actitud de forma evidente, se perciben ciertos sentimientos en ellos que provocan empatía en la audiencia. El autor no llega a dar indicios claros en ningún momento sobre cuáles son las motivaciones que han llevado a Mamoru a cometer el crimen del cual se le acusa, aspecto que contribuye a dotar de mayor ambigüedad a todo lo que acontece. El halo de trascendencia que deprende la película durante casi todo el metraje (y gran parte de la filmografía de Kiyoshi) viene acompañado de pequeños momentos desconcertantes e irreverentes, como la aparición en escena de un grupo de vándalos a los que se une el personaje de Mamoru (sin saber muy bien por qué), ataviados al más puro estilo Kubrick en La Naranja Mecánica, con el añadido de unas camisetas con la cara del Che Guevara. Una escena que pasará a los anales del absurdo y le sienta de fábula a la narración.


Nos encontramos ante una obra con un ritmo muy pausado (como gran parte del cine de autor oriental), con la escasez de diálogos (sobre todo en la primera mitad) que suele acompañar al retrato de unas almas en pena que no encuentran su lugar en el mundo. El clima está muy logrado, y la película posee algunas escenas de inusitada belleza cargadas de hipnotismo gracias a la presencia de las medusas, con ese idílico aspecto que les caracteriza y la peculiar forma que tienen de desplazarse, que mezclada con la peligrosidad de sus tentáculos (que usan para capturar a sus víctimas y como forma de defensa) forman un cóctel muy atractivo.


Los filmes de Kiyoshi Kurosawa no suelen tener unos colores muy marcados, y acostumbran a estar teñidos de un blanco y negro permanente, utilizando los colores vivos para remarcar un acontecimiento y provocar la atención del espectador. En este caso, está filmado con una cámara digital, sorprendiendo en algunos momentos con un granulado exagerado que no tiene demasiado sentido para un servidor. Tampoco lo tiene el uso de la pantalla partida que utiliza cada vez que los personajes conducen un automóvil, aunque son licencias que tampoco molestan. Pese a su reducido presupuesto, los efectos especiales para recrear el tránsito de las medusas (una de las situaciones más bellas de la película) en las aguas de Tokyo no desentonan en absoluto.


Las actuaciones del trío protagonista son muy convincentes, destacando el debut como actor de Jô Odagiri, (visto en Dream de Kim Ki-duk y en Retribution  y Real del propio Kiyoshi) sobre quien recae el peso absoluto de la historia. Tampoco tiene desperdicio la brillante actuación de Tatsuya Fuji en el papel del padre (conocido por ser el protagonista de El Imperio de los Sentidos y El imperio de la pasión de Nagisa Oshima).Tadanobu Asano (Ichi the killer, Invisible waves, Vital, The taste of tea, Café Lumiere, y Vidas truncadas, entre otras), aunque su papel en Bright future tiene menor espacio en la narración que el de sus compañeros de reparto, sigue en su línea de papeles misteriosos que le han encumbrado como uno de los actores más importantes del cine japonés contemporáneo, a pesar de su carrera insustancial en Hollywood de los últimos años.  


Bright Future es una obra misteriosa e hipnótica, cargada de lirismo, nihilismo, ironía (especialmente en el título) y ambigüedad, que puede dar lugar a muchas interpretaciones gracias a la multitud de símbolos presentes a lo largo de la narración (otro de los aspectos habituales del buen cine japonés) que aquí tiene su punto fuerte en la analogía de la imagen de la medusa con la de la soledad y el vacío existencial de la juventud japonesa. La cinta de Kiyoshi kurosawa es una de las opciones más interesantes para iniciarse en la filmografía de este talentoso (a pesar de su irregularidad en los últimos tiempos)  y prolífico autor nipón, que no tiene ninguna relación, más allá de la nacionalidad, con Akira Kurosawa. 

NOTA: (8,5/10)


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