miércoles, 25 de junio de 2014

Miss violence (Alexandros Avranas, 2013)

Fuera de sus fronteras, la cinematografía griega del siglo XX es una de las más desconocidas de Europa, si obviamos la figura del prestigioso Theo Angelopoulos (muerto en un triste accidente hace poco más de un año). Constantin Costa-Gavras también es de origen heleno, pero su carrera se ha desarrollado en Francia y Estados unidos. De todos modos, la belleza y el lirismo del director de La mirada de Ulises y La eternidad y un día poco tiene que ver con el enfoque oscuro y satírico de la nueva ornada de directores, con Giorgos Lanthimos a la cabeza, director de Canino (la cinta más influyente del cine griego reciente que cambió su cinematografía). La mayoría de estos nuevos autores se caracteriza por mostrar incendiarias elucubraciones sobre lo absurdo e irreverente que puede resultar el comportamiento humano. Curiosamente, mientras el sistema político y económico griego toca fondo, su cine actual se encuentra en su mejor momento y ha logrado el reconocimiento internacional participando con asiduidad en los festivales más prestigiosos durante los últimos años. Son escasas las referencias directas a la situación actual de Grecia en los filmes de ese país que he tenido el placer de ver (Kinetta, Canino, Alps, Attenberg, L, y la cinta que nos ocupa), pero en la mayoría de ellas la crisis familiar aparece como una alucinada y oscura alegoría de la crisis económica de su país. Miss violence es el segundo largometraje de Alexandros Avranas (quien también comparte el guión con Kostas Peroulis) tras su debut con Without, y se alzó con el premio a la mejor dirección y a la mejor interpretación masculina en el pasado Festival de Venecia. Una película de la que cuesta hablar sin desvelar detalles vitales de la trama, pero que merece una pequeña reivindicación por su innegable perturbación y magnífica dirección.


La narración arranca presentando a una familia, aparentemente feliz, celebrando el cumpleaños de una niña de once años. En el momento de la tradicional foto de familia, al son del Dance me to the end of love (un popular tema de Leonard Cohen con referencias al holocausto judío), la pequeña fallece tras saltar voluntariamente al vacío desde la ventana de su vivienda, pero lo más desconcertante es que lo hace con una leve sonrisa en su rostro. La policía y los Servicios Sociales tratan de descubrir las causas de tan inaudito suicidio (aunque para el representante de la familia se trata de un accidente) y ven con estupefacción cómo la familia intenta olvidar a la niña y seguir llevando una vida normal. Los niños siguen los pasos de los adultos y tampoco parecen afectados por el luctuoso suceso. Este extraño núcleo familiar está formado por el abuelo, el único hombre en una familia formada por dos mujeres (madre e hija), una adolescente y dos niños (un varón y una hembra) que no superan la decena. El abuelo consigue un trabajo, pero parece más preocupado por controlar todo lo que sucede en la familia que por mantener ese bien preciado en nuestros días. Mientras que una de sus hijas (la otra es la adolescente) está embarazada y es la madre de los dos niños y la fallecida; todos de padre desconocido.


Miss violence se divide en tres partes bien diferenciadas. En la primera presenta de un modo muy ambiguo la rutina diaria tras el impactante arranque, a través de los silencios gélidos de sus personajes; casi tan angustiosos como cuando se torna explícita en la parte final. En la segunda empiezan a asomar pistas sobre el oscuro secreto que esconde este extraño núcleo familiar, y sirve para discernir el parentesco entre sus miembros (que resulta todo un reto en los primeros compases) y para averiguar de dónde viene el dinero que sustenta a la familia. Mientras que en la tercera parte todas nuestras peores sospechas cobran cuerpo recreándose sin pudor en el dolor, con uno de los epílogos más inquietantes y repulsivos que se recuerdan en el mundo del celuloide. Tal y como sucedía en Canino, gran parte del encanto de la cinta viene motivado por la ambigua exposición de los hechos que nos impide descifrar con plenitud las tormentosas relaciones entre ese núcleo familiar tan atípico. La tensión se torna asfixiante a medida que el desalentador misterio se va desvelando.


Avranas se destapa con un espeluznante, desolador y retorcido retrato familiar que incide en los recovecos más oscuros del ser humano a través de una devastadora e incómoda mirada, ausente de moralidad y atorada de violencia física (y la mayor parte del tiempo psicológica) sobre el afán de liderazgo y de poder, y el sufrimiento silencioso de los subyugados, que puede ser utilizada como una metáfora política y perversa sobre la situación actual de Grecia y de la sociedad actual en general, que propicia la alienación, la manipulación moral, y la descomposición de una familia y facilita la aparición de indeseables que campan a sus anchas. A pesar del citado aroma alegórico sobre el estado actual de Grecia, Miss violence se percibe como una propuesta cinematográfica universal, ya que estos seres hostigados por el poder establecido en una familia podrían pertenecer a cualquier rincón del mundo. Tampoco se olvida de hablar de cierta complicidad por parte de la sociedad y de los propios damnificados de actos atroces por culpa de la ciega sumisión, de la incapacidad de los seres humanos para sublevarse contra el poder establecido, del comportamiento autoritario que genera el desaliento y la violencia, y de la falta de valores en un submundo escalofriante; con una moraleja letal: la degeneración humana no tiene límites.


La cinta está narrada con maestría y con la precisión de un reloj suizo, mediante el frío distanciamiento habitual en cierto cine europeo para tratar historias tan deprimentes con personajes expuestos bajo un esterilizado desapego emocional. Las actuaciones son voluntariamente inexpresivas (casi al modo de las almas en pena y los cyborgs de Robert Bresson), con unos personajes que miran directamente a la cámara en multitud de ocasiones; presididos por un rostro angustioso (a medio camino entre la sonrisa histérica y el llanto desesperado). Entre todas las actuaciones sobresale la del premiado Themis Panou en el rol de un personaje difícil de olvidar, quien decide que la puertas del hogar deben permanecer abiertas para controlarlo todo tras el suceso inicial con su nieta.


A pesar de la crudeza de su contenido, Avranas opta por la contención en su atractiva puesta en escena y solo deja espacio para un par de secuencias en las que el espectador se enfrenta a la cruda realidad (una muy explícita, y otra en un delicado fuera de campo que no evita la repulsión de la situación). Miss violence aúna realismo con estilización de la imagen, siempre al amparo de tomas largas y estáticas, con sutiles movimientos de cámara, un potente uso de técnicas de encuadre e iluminación, que generan un excepcional tratamiento de la luz, de las sombras, y de los espacios cerrados. Destaca la ausencia de banda sonora (al margen de la música que suena en la televisión y los aparatos de música) y una obsesión casi enfermiza por el detalle, otorgando gran trascendencia a la presencia de los objetos en pantalla.


El director griego coloca durante la mayoría del tiempo el objetivo para que la toma sea vista a través de los marcos de las puertas y de la pared que los contiene, manteniendo el interés del espectador desde la distancia y convirtiéndolo en un auténtico «voyeur» gracias a la invisibilidad de una cámara que se sitúa en otras ocasiones en las espaldas y las nucas de los personajes, propiciando unas perspectivas muy originales con una visión más sugestiva; e incluso juguetea en una escena con la omnipresente mesa del comedor, ubicando a los personajes de mayor a menor tamaño, y en una secuencia puntual acompaña a las imágenes con un frenético travelling circular. Brilla especialmente un prodigioso plano secuencia en la escena inicial, que es utilizado para trasladarnos desde la ventana del hogar hacia el cuerpo de la niña en el suelo acompañada de un charco de sangre, finalizando con una inspirada toma cenital. La fotografía de Olympia Mytilinaiou utiliza una paleta de colores apagados en unos planos descentrados, pero con una inusitada simetría, que en muchas ocasiones cortan los cuerpos, como suele hacer Lanthimos, pero sin la voluntaria dejadez estética del director de Canino y Alps.


Miss Violence utiliza códigos ya vistos en Canino en la chocante exposición de los hechos y en su puesta en escena, pero sus intenciones finales son bastante diferentes, y se desmarca del marciano sentido del humor de Lanthimos (si obviamos la impactante introducción y la simpática escena donde la pequeña baila un tema de moda delante de la televisión y toda su familia). El estrambótico comportamiento de la familia que comparte con la cinta de su compatriota tiene una explicación más creíble cuando averiguamos el modus vivendi del núcleo familiar. La gran diferencia respecto a Lanthimos es que su discurso abarca menos temáticas y aunque perdura (vaya si lo consigue), lo hace básicamente por la perturbación. También hay retazos de Michael Haneke en el tono quirúrgico, frío y gris de la narración; de la sordidez, la crueldad, y el voyeurismo de Ulrich Seidl, y de la atmósfera opresiva de los espacios cerrados de los primeros filmes de Roman Polanski.


Miss violence es cine de terror en estado puro. Resulta evidente que la perturbación en el séptimo arte trasciende sobremanera cuando las fuerzas del mal no se encuentran en el cuerpo de monstruos, zombis, fantasmas, alienígenas, o posesiones diabólicas, y pueden hallarse en forma humana luciendo bata y alpargatas en nuestro propio hogar. Nos encontramos ante una propuesta cinematográfica radical e incómoda, atorada de cierto aire de cinismo y misantropía, que se antoja muy poco aconsejable para estómagos sensibles; y causará polémica por donde pase por denunciar con valentía temas tabús que el cine suele obviar, y cuando no lo hace lo expone con mayor delicadeza. Una obra cuyo violento epílogo supone una auténtica liberación para el espectador.

NOTA: 7,5/10

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