Para entrar en el universo marciano que propone en sus películas Tsai Ming-liang (uno de los autores más representativos de la llamada Nueva Ola del cine taiwanés junto a Hou Hsiao-hsien y Edward Yang) es necesaria cierta predisposición. El taiwanés de origen malayo pone a prueba la paciencia del espectador con eternos planos secuencia alargados hasta la exasperación, con unos encuadres distantes e inmóviles, una gran capacidad para tratar los espacios cerrados colocando la cámara desde diferentes perspectivas para lograr una visión geométrica más amplia y sugestiva, diálogos que brillan por su ausencia, y situaciones de lo más excéntricas. Los temas principales que acostumbra a tratar son la soledad, el vacío existencial de la sociedad moderna, la incomunicación, la indiferencia, la depresión, la nostalgia, y la ausencia de emociones.Temas universales que traspasan las barreras culturales con una cercanía y naturalidad abrumadoras. Un autor que en Venecia anunció que la reciente Stray dogs sería su última incursión cinematográfica (tal y como hizo hace poco Béla Tarr tras rodar El caballo de Turín). Malos tiempos para los retratistas del tedio.
En The River nos recalca la decadencia de la comunicación humana, la familia y las relaciones amorosas en las grandes ciudades mediante la ausencia de una narración definida que se recrea en los actos cotidianos, y la escasa presencia de diálogos. El arrojo de sus personajes se expresa en situaciones tan intrascendentes como levantarse, relacionarse y sobreponerse a un dolor de cervicales, a través de situaciones que se suelen obviar en el cine convencional: gente orinando, masturbándose y luchas surrealistas contra el agua que se filtra por las goteras.
La ausencia de números musicales le otorga un tono más serio y menos bizarro que en el resto de su filmografía. En The Hole y El Sabor de la Sandía (sus obras con más repercusión junto a ¿Qué hora es?) usaba esos momentos para mostrar el contraste del mundo real con los sueños y anhelos de sus atormentados personajes. También hay lugar para algún momento impactante de los que dejan huella, como el de la escena a oscuras en la sauna entre padre e hijo sin reconocerse. Sin embargo, hay extraños momentos cómicos como las secuencias en las que el padre sujeta la cabeza de su hijo para que no se le tuerza mientras se dirigen en moto al hospital para tratar el dolor cervical de éste, o los artilugios que se fabrica el progenitor para combatir contra las goteras (otra de las habituales en el cine del taiwanés).
La película está atorada de símbolos metafóricos: la extraña enfermedad del joven nos parece recordar lo viciada que está esa familia y la sociedad en general; y los fluidos que chorrean tienen una clara simbología sexual. Hay que recodar que la cultura china considera el agua como símbolo de caos. En The River está presente en todo momento; no obstante, aparece lejos de ser un elemento idílico, siendo mostrado siempre como un generador de conflicto, desde el título que hace referencia al río contaminado, pasando por los problemas con las goteras debido a la persistente lluvia habitual de Taipei, o el molesto sonido que provoca la orina en las numerosas escenas en las que hace aparición.
La película está atorada de símbolos metafóricos: la extraña enfermedad del joven nos parece recordar lo viciada que está esa familia y la sociedad en general; y los fluidos que chorrean tienen una clara simbología sexual. Hay que recodar que la cultura china considera el agua como símbolo de caos. En The River está presente en todo momento; no obstante, aparece lejos de ser un elemento idílico, siendo mostrado siempre como un generador de conflicto, desde el título que hace referencia al río contaminado, pasando por los problemas con las goteras debido a la persistente lluvia habitual de Taipei, o el molesto sonido que provoca la orina en las numerosas escenas en las que hace aparición.
NOTA: 8,5/10
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