“Oh Jeanne, qué camino tan extraño he tenido que tomar para encontrarte”. Con esta cita tan poderosa, con ese beso apasionado (a la manera "bressoniana", se entiende) se cierra Pickpocket y al mismo tiempo queda inaugurado el Bresson entendido como tal aunque, bien es cierto, el director francés nunca cesará en su empeño de seguir depurándose estilísticamente. Y quizás, más allá de los modelos, y de la aversión a la “interpretación” en su modo más standard, lo realmente relevante en Pickpocket es el uso de la desnudez y todo lo que conlleva. No se trata tan solo de la asepsis en decorados, o en el contraste más lumínico que oscuro del blanco y negro, no. De lo que se trata es de ver como reflejar dicha depuración, en todos y cada uno de los aspectos del film. Desde la ataraxia en la emoción de los rostros, pasando por el plano detalle de esas manos que se mueven, roban, se tocan, acarician los objetos y a otras manos, todo conduce a una abstracción de lo visual, a una huida constante (no en vano estamos ante un thriller) que no solo es argumental, sino vital, trascendente. Es el extraño camino al que hace referencia el protagonista, esa carrera hacia un punto de fuga que solo puedo ser guiado por un ente superior, cualquiera que sea el nombre que le pongamos.
La emoción pues, no es algo que se encuentre a flor de piel en los fotogramas "bressonianos". Estamos una vez más ante la idea del desnudo entendido no como la ausencia sino como un lienzo en blanco. Lo que Pickpocket transmite, esencialmente en esas miradas perdidas, en la ausencia de gestualidad, en la pose mortuoria, es la necesidad que sea el espectador, actuando como demiurgo, el que llene el vacío, el que pinte, por decirlo de alguna manera, con los colores que el fatum parece haberle negado sus protagonistas. Claro está, que todo ello, no es concerniente en exclusiva para este film. Sin embargo su importancia es capital, puesto que sienta las bases de lo que estará por venir.
Lo exclusivo, en cierta manera de Pickpocket, es que por primera vez una ideología concreta, una manera de ver el cine (que en el caso de Bresson aún va más allá al negar el propio concepto “cine”) es trasladada exitosamente del marco teórico a la pantalla, anticipándose a los jóvenes turcos de la Nouvelle Vague. Pickpocket es, de alguna manera, una metáfora sobre transferencias. El robo, como método, es el sistema básico y superficial de obtener una ganancia, cierto. Pero también es el método, ese camino extraño declamado al final, para la realización de un sueño romántico apenas mostrado pero palpable.
Y sí, fundamentalmente estamos ante un cine de transferencia bidireccional entre la pantalla y el espectador, un sistema de bombardeo de conceptos elididos, de fueras de campo visuales y emocionales con destino más al córtex cerebral de la audiencia que a la cornea. Un auténtico estudio científico de planificación, de lógica, de estructuración. Bresson demuestra que las emociones no son lo mismo que la emotividad, que lo que dicta el corazón puede trascenderse, y ponerse en imágenes, desde la fría concepción lógica, desde lo empírico. De hecho no es difícil imaginarse al director francés más con un microscopio que con una cámara, como un científico mirando a sus personajes como moléculas, al espectador como conejillo de indias. Indagando, creando. Trascendiendo.
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