martes, 31 de diciembre de 2013

Días Perros/Hundstage (Ulrich Seidl, 2001)

Si hay una palabra que define al universo cinematográfico de Ulrich Seidl es, sin ninguna duda, «sordidez». Desde su primer largometraje, ya sea de ficción o documental, se ha caracterizado por mostrar la decadencia del ser humano moderno europeo sin tapujos, independientemente de la clase social a la que pertenezcan. Con un estilo cercano al documental, sin banda sonora y con largos planos secuencia, el director austriaco no suele evitar enseñarnos ningún momento embarazoso, de ahí que suela tener un enorme grupo de detractores que solo ven en él a un provocador de masas, y en las proyecciones de sus películas se suela producir un abandono masivo. Debido a su nacionalidad, a la crudeza de sus contenidos, y a la austeridad formal, se le suele comparar con su compatriota Michael Haneke, pero la relación no va mucho más allá de esos aspectos. Lo que más distancia a los dos directores austriacos es el uso del humor retorcido por parte de Seidl, factor que no destaca en absoluto en el ideario del autor de Funny Games salvo en un par de momentos puntuales a lo largo de su extensa trayectoria.


Seidl lleva una prolífica carrera como director de documentales con un alto componente de ficción. En 1996 realizó Animal love, su incursión más mundana, irreverente y estrafalaria junto a la cinta que nos ocupa, en la que unos personajes marginales mostraban sin tapujos su adoración incondicional hacia sus mascotas. En Models, su primera incursión en el cine de ficción (aunque en muchos sitios aparece inexplicablemente como documental), nos mostraba la vida cotidiana de tres modelos bastante estúpidas, con sus banales aspiraciones y despojando de todo el glamour que suele acompañar a esa mediática profesión. En su tercer filme (el segundo es el que hoy nos ocupa), Import/Export, se centra en la inmigración en su película con más contenido social, aunque para ello huya de la denuncia a la que estamos acostumbrados es este tipo de argumentos, y se recree, con sus excesos tan característicos, en las situaciones más bizarras y en las extremas condiciones en las que viven los protagonistas. Recientemente ha realizado en apenas un año una de las trilogías más impresionantes del cine europeo, presente en los tres grandes festivales europeos; adentrándose en temas tan dispares como el turismo sexual en África, el fanatismo religioso y la obesidad adolescente.


Hundstage, el título original de la película, hace referencia a  la denominación que tiene en Austria la época más cálida del año (lo que aquí llamamos canícula). Se nos presentan, a modo de historias cruzadas totalmente alejadas de los referentes en este tipo de cine ―Short cuts y Magnolia― seis historias de personajes con la unión común de la alienación, la desesperanza, la incomunicación y la soledad, en el transcurso de dos calurosos días en una zona residencial de Viena (todos ellos, con un desequilibrio más que evidente, llevan a cabo situaciones que van desde el tedio más absoluto a otras que rozan el absurdo).


Tenemos a una pareja de «garrulos» discotequeros que no paran de discutir durante todo el metraje. Una autoestopista no muy lúcida (mi personaje favorito de largo) que intimida a sus «victimas» haciéndoles preguntas absurdas sobre rankings (dignos del peor test de revista cutre), incordiando con cuestiones sobre la edad, estado físico y actividad sexual de los conductores, y registrando el bolso de éstos. Un personaje con una verborrea desbocada que le lleva a no callar ni un momento. Otra de las secciones más potentes es la que presenta a un matrimonio divorciado (con niño fallecido en el pasado) que vive bajo el mismo techo. Seremos testigos de las visitas de las aventuras sexuales pertinentes de la mujer mientras el ex-marido perturbado se pasea sin inmutarse por la casa, hasta que amenaza con una pistola de agua a un amante de su ex en la cocina. Este siniestro y simpático personaje siempre va acompañado de su inseparable pelota de tenis con la que juguetea con vehemencia. También conoceremos la historia sobre un técnico en alarmas que en sus ratos libres se encarga de la seguridad de los vehículos del vecindario. Este individuo involucrará de un modo despreciable a nuestra pobre autoestopista en el affaire vecinal. Por otro lado, expone la historia de una profesora que ronda la cincuentena y tiene inquietudes masoquistas. La maestra es motivo de disputa entre dos descerebrados con una gran afición al alcohol. Y para acabar, la vida rutinaria de un viejo viudo que le pide cierto favor en forma de strip-tease a la señora de la limpieza, también anciana.


Una de las principales señas de identidad del director europeo es el feísmo con el que impregna todas y cada una de sus obras, que provoca una sensación similar como si nos estuviésemos enfrentando a instantáneas de Diane Arbus en movimiento. Esa fealdad tiene especial tratamiento en el apartado sexual mediante la desnudez en los baños y salones de sexo colectivo. Las partes de la orgía a la que acude con regularidad la mujer del matrimonio de divorciados que viven juntos bien pudiera pertenecer al género pornográfico; terreno al que suele acudir esporádicamente en su filmografía, pero siempre desde una visión provocadora, oscura e inquietante. Seidl se siente muy a gusto mostrando el sexo explícito, y muy especialmente los desnudos de anciano, la celulitis y la grasa de los obesos. Ese es el principal motivo por el cual su cine suele ser rechazado por la mayoría. En Días Perros es donde más se recrea en estos aspectos, pero lo hace dotándolo de un irreverente sentido del humor incendiario que, quizá, no todo el mundo sepa apreciar por esa capacidad de herir al espectador, consiguiendo hacerle recapacitar sobre aspectos de su propia existencia.


Las situaciones que acontecen están colocadas de un modo fragmentario y con un elevado grado de improvisación de los actores, saltándose los preceptos de la narrativa convencional. Unas circunstancias que no pretenden aleccionar ni dar discurso alguno, limitándose a mostrarlo a modo de voyeur, desde una fría distancia, pero con una visión muy pesimista de la vida. No hay ninguna acción que desprenda el menor atisbo de esperanza, propiciando una violencia en sus imágenes que no siempre es física, pero que consigue perturbar en todo momento por su descorazonadora visión de la sociedad actual. Desde luego, no es la película ideal para levantar el ánimo de alguien alicaído, ya que se trata de su incursión más radical hasta la fecha, aunque en Import/Export, y en su reciente trilogía paradisíaca da la impresión de que ha encontrado un pequeño atisbo de esperanza (especialmente en la sección del campamento juvenil de la trilogía), que habrá que comprobar si tiene continuidad en su próximo proyecto.


En el plano formal destaca la luminosidad exagerada de las imágenes, que provoca una sensación extraña. Su hiperrealismo está aderezado de una estilización estética que atenúa ligeramente la sordidez y destaca por un magnífico tratamiento de los espacios en sus tomas largas y estáticas mediante hipnóticos encuadres. Unas imágenes que no tienen acompañamiento musical si no está siendo escuchado por sus personajes en la radio o en una discoteca. Las interpretaciones mezclan actores profesionales con amateurs (casi al modo Bressoniano) y ayudan a generar esa sensación enfermiza de hiperrealismo que siempre busca el austriaco. Mención especial para la primera colaboración con Seidl de la gran Maria Hofstatter en el rol de la autoestopista. Un personaje capaz de generar vergüenza ajena, odio y ternura al mismo tiempo, que remite claramente al de su interpretación más potente, el de la fanática religiosa de Paraíso: Fe; aunque en esta ocasión tiene menos espacio por ser una obra coral, y su rol resulte más incómodo por la verborrea exasperante de la que hace gala en todo momento. Pese a ser una auténtica perla de personaje, esa menor incidencia en la narración impide la empatía que se produce con el de la fanática religiosa en la trilogía.


Destaca la capacidad innata que posee el austriaco para radiografiar a sus alienados personajes en sus complicadas relaciones personales, y desconcertar propiciando una sonrisa o una carcajada en las situaciones más inverosímiles. Mención especial para una de las escenas más divertidas, tensas y siniestras de su filmografía, protagonizada por los dos tipejos que luchan por el amor de la profesora. SPOILER- El supuesto amigo del amante, interpretado con gran solvencia por otro de los habituales de Seidl (quien ejercía el rol del asistente sanitario en Import/Export) siente una nueva atracción por la mujer, y después de sacar una pistola le coloca al alcoholizado amante una vela encendida en el culo y le obliga a cantar el himno de Austria a modo de arenga por su actitud despreciable hacia la profesora FIN DE SPOILER. Una escena que sólo puede tener cabida en la enferma cabeza del director austriaco y ejemplifica a la perfección su delicado humanismo disfrazado de cinismo y misantropía, aunque es evidente que algo de ello también hay porque se percibe que el director de la trilogía paradisíaca disfrutó en esta película, tal y como hizo en Animal Love, con estas situaciones extremas dominadas por el humor negro.


Resulta evidente que Ulrich Seidl tiene un talento especial para provocar la incomodidad extrema, haciendo invisible la presencia de la cámara (uno de los aspectos más difíciles de llevar a cabo en una filmación). Se le podría pedir un poco de mesura en la iconografía que tanto desagrada a sus detractores, pero posiblemente su lenguaje dejaría de tener ese sello tan personal que lo caracteriza.

Vientos decadentes para la Europa de comienzos del siglo XXI de la mano uno de los directores más peculiares del viejo continente. Un autor que nunca traiciona su descorazonadora forma de ver el mundo.


NOTA: 9/10


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